jueves, 17 de julio de 2008

Alejandra Pizarnik


Alejandra. Siempre Alejandra... precipitada, inhospita, espesa como un bosque de cuento que nunca termina.
Alejandra y el silencio que se dice, que se escucha.
Un día me mire en tu espejo obsesinado de palabras, y niñas, y lilas en la memoria imposible. Un día tu palabra fue aliento deseperado que iluminó mi soledad de siglos hermanada con tus ojos de infancias anteriores capaces de reírse y llorar al mismo tiempo. Te leí entre las líneas de mis manos, extrañamente cómplice tú, tras tu muerte de mi muerte futura.
Alejandra, simpre alejandra, condesa sangrante de la palabra no dicha, de la plabra imposible, de la sed que no se sacia, del hambre que no se colma con nada. Luna cansada de su blanco eternamente condenada a otro color. Alejandra, Alejandra... Tiernamente devastadora tu poesía. Equilibrista con vértigo. Amante, ¨¿donde estas? Yo que soy también silencio, también niña, también herida que calla con ojos de eterna ausente. Alejandra...

martes, 15 de julio de 2008

Carta de ajuste (Inmaculada Mengíbar)

LENTAMENTE, la vida
fue pasando en silencio como un invierno triste,
como un invierno lleno de gente solitaria
saliendo de los cines,
abrochando despacio sus abrigos, su miedo,
tal vez su indiferencia, quién sabe, sus recuerdos
ateridos de frío. Lentamente,
bajo un reloj de sol ficticio de domingo,
bajo estrellas puntuales que guiaban los sueños,
se iba alejando el mar,
mientras se sacudían los otoños, sus hojas
cayendo entre mis versos,
las semanas, los meses de lluvia en los cristales
de todas las ventanas que daban a la vida
y la tristeza era
un autobús lentísimo
que iba parando en medio de la noche.
Y ahora estás aquí. Qué claramente
puedo volver a ver tu cuerpo entre las sábanas.
Casi de madrugada, mientras duermes y alumbran
las farolas apenas la habitación, abajo
se confunden las luces de neón con la lluvia
y hay paraguas y coches y cazadoras negras,
genre que entra y sale de los últimos pubs,
un oscuro calor de ginebra y de olvido
o acaso esa manera de estar solos de noche.
Y parpadean las luces de colores, los rótulos
comerciales y brillan
en ese río negro
del asfalto los faros
de algún coche que arranca,
de algún taxi que pasa dejando estelas verdes
de luz. Puedco escuchar
vagamente una música lejana que me lleva
dulcemente al sonido
de tu respiración. Qué extraña ahora
esa ciudad oscura donde crecí, sus calles,
su latido cansado de historia detenida,
sus estaciones lentas, sus andenes de otoño,
sus trenes imposibles, sus suieños para nunca,
y auqella soledad
latiendo
como un pájaro,
com o un miedo pequeño que cabía en las manos.
Y aquella luna triste de todos los armarios.
Esa ciudad que me hizo crecer tan solitaria,
que me enseñó a morir con los días de lluvia.
Y ahora estás aquí. Qué claramente
puedo volver a ver tu cuerpo entre las sábanas.
Casi de madrugada, mientras duermes y alumbran
las farolas apenas la habitación, me acerco
muy despacio a tu cuerpo desnudo que ahora duerme,
que ahora me hace pensar
en la vida, con esa sensación tan extraña
que nos presta la noche,
el alcohol o los labios que se acaban de amar.
Tus labios, que en un momento
beso muy suavemente,
muy levemente, casi
con miedo y con dolor,
y me escondo detrás de tu espalda dormida
para que la tristeza ya no pueda encontrarme.
Si bastara olvidar para empezar de nuevo.
Igual que cuando pasa una ambulancia
uno se siente en medio de sí mismo de pronto,
detenido en un instante al borde de sí mismo,
así a veces me siento cuando cruza
esa ciudad oscura mi recuerdo.
Entonces,
acudo siempre en busca de alguna cosa tuya,
tu voz, ciertos momentos
de silencio, tu risa,
un beso tuyo que
aún guardo entre mis labios
y ese reto de hacer
más hermosa la vida sobre todo.
Las mañanas de sol me recuerdan tu cuerpo.
Me hacen volver a ti, recién amanecida,
mi corazón cruzando casi en sueños la vida
de tu piel a mi piel.
Y aquella habitación, la luz aquella
primera del deseo
invadiéndolo todo. El mar de sábanas
y nosotros igual que náufragos hermosos
abrazados en medio de la espuma.
Después, frente al espejo, acariciada
por el suave tacto de tu ropa,
a olas un instante, de puntillas,
recuerdo que la vida,
desde dentro
de la camisa azul de tu pijama,
se hizo de pronto clara, llena de sol, radiante,
impúdica y terrible
como nunca,
y me sentí más cerca que nunca de mí misma.
Si bastara olvidar.
Pero también aquí la vida es mentirosa.
Y a veces es la tarde que no acaba de irse,
su chantaje poético,
una red de nostalgia queriendo retenerla.
A veces son las noches lentas como el olvido,
los momentos en que uno
se busca inútilmente, la consciencia
de que te sigo amando, sobre todo.
Y está la resistencia de los días de lluvia,
las tardes de domingo, los sábados sin nadie,
las facturas que pasan el sueño o la memoria,
esas letras vencidas de las frases de amor.
La soledad, el cierre
por defunción de todo,
cuando todo parece, como hoy, tan ajeno.
Y duele esta manera de andar sola, hace daño
como un invierno triste
tanta espera,
después de tanto amor y de tanto fracaso.
Quién sabe si después de tanto desencanto
no volverá el destino a disculparse.
(Inmaculada Mengíbar es una poeta cordobesa por la que siento predilección. Este poema está en su poemario Los días laborables, de Hiperión)

Mujer sin voz


He subido al punto más alto,
donde los cuerpos se suponen
líneas insalvables,
donde la tierra yace bajo tierra
y los bolsillos están llenos
de espejos
y billetes sin salida.

Un libro abierto


Has elegido una página
para abrirme en canal
este silencio antiguo
que me explica.
Has elegido el blanco
de una esquina
desde la cual susurro
palabras que no entiendes
y que yo necesito.
Déja que el viento
desordene el deseo
de encontrarnos.
Deja que este animal que nos devora
nos devuelva al tiempo
en que alguna vez fuimos.

Sinfonía

Sinfonía de labios latiendo.
Martes diecinueve sumerge
tortugas en los párpados,
tesis corregidas
desde la órbita de un lápiz,
y este deseo inquietante
de arrimar mi cintura
a tu cintura de bosque
en donde sé que he de perderme
como un animal nocturno
y sin memoria.

Lo que no soy

No soy una certeza, por mucho que pretenda acorralar la incentidumbre de este tiempo que se agota. No soy un alma que naufraga en el mar de los otros. No soy una soledad que huye. No soy el escondite de nadie. No soy aquella que imaginas, que inventas, que olvidas. No soy un papel en blanco en el que se pueda apuntar una cita en el mañana. No soy... lo que esperabas. No soy la niña que fui. No soy una mano que se cierra, un temblor que se esquiva, un beso frío que se entrega sin alma. No soy fácil. No soy un ángel de la guarda, ni un duende que juega con los sueños, ni un demonio que lastima y se alimenta del dolor ajeno. No soy una mala persona. No soy un espejo. No soy una cicatriz. No soy todo lo que quiero ser.

viernes, 4 de julio de 2008

Estreno luna



Estreno luna. Esta noche me siento un gato solitario que evita compañía. Sólo quiero mirarla; sentir que estoy cerca de su blanca lucidez. Mis entrañas lloran. No puedo evitar este exilio.

Cuando era pequeña estaba convencida de que la luna me perseguía los pasos. Allí donde fuera estaba ella, y yo mirándola cómplice. Hablando en silencio. Eso me hacía especial.

Las noches de luna llena eran el ritual de buscar lo imposible. Creía en la magia, en las coincidencias, en los encuentros imposibles... Sé que todo lo que viví fue cierto. Eso me hace especial.

Hay muchos seres especiales. He tenido la suerte de encontarme con muchos. Hermosos y casi todos solitarios.

Estreno luna. Tengo miedo como antes a lo que pueda pasar. Es un miedo veterano e ingenuo. "Esperar es estar de paso temblando por un rapto que no llega". No quiero esperar. Tiemblo. Me emociona tu blancura, tu tiempo detenido. Pérsigueme.

martes, 1 de julio de 2008

Lo que soy

Soy un silencio empecinado en sí mismo que a veces logra crecer y transformarse en sonido. Soy una ceja arqueada que interroga, una soledad que nunca se queda, que siempre se despide. Soy un asombro, una niña que juega con el mar y todos sus veranos y no quiere nunca que se oculte Lorenzo. Soy una risa que se muerde las uñas, un juego de palabras, un enigma demasiado evidente. Soy un animal antiguo que sueña con su luna, que corre tras otros animales parecidos y lejanos, solitarios y erguidos. Soy un gesto que tiembla. En ocasiones, soy hasta invisible. Y luego, sigo siendo. Un paso que se adelanta, una huella que retrocede tras su sombra. Un abrigo tejido con largos inviernos. La luz de un refugio que se divisa lejana. Soy una carta urgente que viaja en un viejo tren recorriendo un difícil paisaje que transcurre lento, sin prisas para nada. Soy una herida que se lame y sana. Soy un bolsillo lleno de viejos miedos y simples ilusiones. Soy una curva gravemente encendida con vocación de simple línea. Y luego, sigo siendo... la palma de una mano.

Ángel González



Ha sido una noche larga. Una noche a punto de parir su blancura total, rompiendo aguas sobre un cielo oscilante entre el azul y el gris, entre la calma y la tormenta. Ha sido una noche antigua, transitada por viejos fados y recurridas estrategias para irse a dormir y soñar bien, con la inconciencia plena, como deben ser soñados los sueños. Ha sido está una noche de magia repetida, de coincidencias casi imposibles, de efemérides olvidadas que rescato sin pretenderlo.
Navego a través del mar virtual de mi pantalla y llego a Pedro Páramo. Me detengo un rato en la mirada en blanco y negro de Juan Rulfo, tan extraños sus ojos como los cuadros de Frida, que señalan siempre una herida abierta en el mismo paisaje. Y no sé por qué extraño atajo termino en Ángel, tras muchos meses de certidumbre, de saber que su cuerpo ha muerto, depués de haber abierto una y otra vez su palabra sobre palabra y recrear mis instantes en su antología de vida, en esos poemas infinitos completamente suyos que yo también poseo. Entregados a él como una amante. Y escribía Ángel González en su cumpleaños que para vivir un año hay que morir muchas veces mucho... ¡Mover el corazón casi cien veces por minuto!
El 12 de enero este poeta, maestro, aprendiz cierto de la vida -como todos los que morimos una y otra vez mientras latimos- dobló las esquinas difíciles de Las Palabras que tanto amó y se adentró en el callejón de Los Silencios amados. Tranquilamente, disoviéndose en el aire cotidiano. Confuso, como todos nosotros.
Seguramente fuese una noche de luna casi harta, a punto de parir su locura, y el aire oliese a sur, a jazmín en la memoria, a camino despejado de certezas, a tango de despedida que, sin embargo queda temblando en la piel como un cante hondo que llama a su duende esquivo, que llega cuando quiere, cuando ya no se espera. Ese duende lorquiano que también visitaba a Ángel para asustarle lo cotidiano, para saltar sobre las sombras de la costumbre malsana, sobre el reino de la razón que nunca llora.
¡Mover el corazón al día casi cien veces por minuto! Mover el corazón sin miedo a que se rompa. Sin miedo, recuerdo: "La soledad es una farol certeramente apredeado, sobre él me sostengo". La soledad, mil veces maldita. Mil veces maldita y condenada. La soledad y el corazón latiendo casi cien veces por minuto. Todos los días.


(Escrito y publicado el 16 de junio de 2008)