jueves, 30 de abril de 2009

CALLEJERO

HASTA HACE poco tiempo uno se podía tropezar con tu paso alegre en cualquier calle de cualquier pueblo o ciudad. Llegabas normalmente solo, moviendo el rabo. Olisqueabas las bolsas de basura, marcabas tus esquinas, te parabas en los portales abiertos donde los niños jugaban para contagiarte con su risa de buenos augurios con los que combatir el hambre. Todos te conocían. Eras el canelo, el sato, el callejero. El que acompañaba siempre a doña Juana hasta la puerta de su casa. El que se apostaba a los pies de Andresito el “borrachín” para velar su sueño. El que ladraba cuando los extraños irrumpían en la plaza del barrio con su desasosiego. El que presentía la muerte de los otros. El que primero recibía la pedrada.
El destino de tus noches y tus días no se dejaba amarrar a un extensible ni tenían dueño tus afectos, regalados sin usura a los que, como tú, nada tenían.
Ahora pareces extinguido. No hay rastro de tu huella en mi mundo. Te han exiliado de las calles de estas islas y te han cambiado el nombre. Poco a poco te han convertido en un triste “animal de compañía” por el que nadie paga y al que muchos abandonan como a un trasto que no sirve. Tú, sato, canelo, querido callejero, permaneces en las perreras (ahora refugios) a la espera de que alguien sepa leerte el alma.
Mientras, nosotros, los humanos, nos llenamos la boca y hablamos de derechos, incluso de los tuyos. Pero cuentan que hace dos semanas un hombre tiró a la “mascota” de su novia por un puente, aquí, en Santa Cruz, cerquita del antiguo cine Greco. Cuentan que esa “mala bestia” se subió luego tranquilamente a una guagua. Cuentan que los aullidos del pobre animal agonizante se prolongaron toda la noche y que nadie, nadie, acudió.

martes, 28 de abril de 2009

Creo que hoy se me viene encima
un día inhábil, indócil, inhóspito y demás "in".
No sé. Un día de esos que no se dejan atrapar
por el cumplido reloj
ni el deber impostergable.
Unos de esos días que juegan al gato y al ratón
con la ropa planchada y el café recién hecho,
y tejen telarañas en las nubes
y hacen sumas y restas que no cuadran
con los desperfectos del mundo,
con las arrugas vecinas,
con las legañas del corazón.
Un día de esos en que incluso las miserias ajenas
se te hermanan. Y eres solidaria
con los pájaros y las avenidas,
con la niña que siempre llega tarde a la escuela,
con los pulcros funcionarios que no funcionan
y hasta te arrimas a los perros callejeros
para que te acaricien la mano
con su risa.

Y son días un tanto puñeteros.
Como amantes infieles que sin embargo regresan
siempre fieles a desordenar el preciso
orden de las cosas.
Y tal vez sea recomendable y hasta sano
desacostumbrarse a los días hábiles,
dóciles,
sustantivados.
Esos que engullen nuestra mayúscula vida
y nos la truecan por minúsculas exactitudes.

Tal vez sea bueno, pienso,
que se me venga un día de estos encima.
Como una catástrofe luminosa
que no requiere permiso
para ser.
Un día verbo.

jueves, 16 de abril de 2009

Muertos y vivos

SIEMPRE HA DICHO MI MADRE que hay que tenerles más miedo a los vivos que a los muertos. Los muertos, por lo general, sólo buscan que se les deje en paz, aunque pueden aparecer, de vez en cuando, si se les reclama o necesita. Así que, a menos que uno “goce” de mala conciencia, nada se ha de temer de aquellos que, en otro tiempo, tuvo cerca. Sin embargo, los vivos... ¡Ah, los vivos son otras cosa! Los vivos –los que están aunque haga ya mucho tiempo que no se sientan el latido ni se vean reflejados en los espejos comunes– sí que asustan. Espanta la crueldad de sus acciones y el canibalismo de sus ideas. Espanta la falsedad de los conceptos sobre los que construyen el mundo y la nefasta herencia que luego abandonan en otras manos tan alegremente. Espanta la manera que tienen de aferrarse a la vida aunque sea a costa del aire ajeno. Espanta la impunidad de sus rencores y las parcelas que escrituran con su odio. Espantan ellos como un mal sueño que se prolonga imperturbable noche tras noche...Reza otro dicho que el miedo es libre. Es decir, que al menos en lo que concierne a esta cuestión cada cual puede temer lo que le plazca, aunque particularmente soy de la opinión de que el miedo radica en las vísceras y tal vez en la memoria.Sobre la generación de nuestros padres y nuestros abuelos planeó insistente el fantasma del hambre y la guerra, dos experiencias matrimoniadas que se obstinaron en contarnos cada vez que surgía la ocasión para que nosotros, hijos de la “democracia y el progreso”, nos convirtiéramos en su memoria. Sabían que la miseria que anidaba antes no estaba muerta y habría de regresar con nuevas razones. Su verdadero miedo era el olvido. También el mío.

martes, 7 de abril de 2009

Todo me pasa a mí

Me comentaba un amigo su intención de abrir un blog precisamente bajo este epígrafe. "Todo me pasa a mí" era la frase característica de su abuela, que la soltaba con todo su sentido trágico-cómico ante situaciones y hechos que la rozaban levemente. Por ejemplo, si el nieto se partía una pierna jugando al fútbol y llegaba escayolado a casa, ella soltaba: "Todo me pasa a mí". Si iba a comprar pan a la ventita y se había acabado ella soltaba: "Todo me pasa a mí". Y así sucesivamente... Reflexionando luego sobre el asunto me dio por pensar que acaso yo fuera también de esa clase de personas que en momentos determinados tienden sin querer al "todo me pasa a mí". Aunque después sea capaz de reírme de mi capacidad de edificar tragedias personales con cualquier piedrita en el zapato, y resulte que la piedra ni siquiere es mía. Aunque más tarde, una vez supere el obstáculo, imaginario o real, admita la exageración a la que tiende mi alma cuando siente. Esto no es malo. Tampoco es bueno. Es. Estos días, estos meses, están siendo duros. No sólo para mí. Y si hago memoria, y me esfuerzo en recordar, resulta que siempre ha sido así. Una sucesión de hechos milagrosos, nefastos, mágicos, aleccionantes, injustos, hermosos, leves y a la vez determinantes. No sé. Y ese todo me pasa a mí es verdad y es mentira. Las dos cosas.

miércoles, 1 de abril de 2009

Me resulta muy difícil mirar para otro lado, asumir la terrible miseria de espíritu de muchas personas con las que coincido en los pasillos de estos días laborables, callarme la opinión imposible, creerme las grandes palabras que presiden la mesa de los ambiciosos. ¿Democracia? ¿Igualdad? ¿Derechos legítimos? ¿Pluralidad? ¿Justicia? ¿Solidaridad? Basta echar una ojeada a tu realidad más inmediata para apreciar el pobre paisaje que impera: la crisis le está sirviendo a los empresarios para "gasear" a los incómodos y pisotear la dignidad de aquellos que llevan años ofreciendo su esfuerzo por un salario argumentando que en realidad, en estos momentos más que nunca, cualquiera puede ser prescindible bajo cualquier pretexto. En esta tesitura, el miedo es el caldo de cultivo idóneo para alcanzar la meta que toda su vida han codiciado los que creen tener su vida controlada a base de billetes: yo te ordeno, y tú obedeces. Aunque después salgan a la calle con en traje de la democracia y un lacito del color que toque para apoyar alguna de las muchas causan que descreen. Luego, están los añadidos, las hienas, los que se ofenden ante la decencia ajena, ante los escrúpulos de los otros. Los que se permiten el lujo de emitir juicios sumarísimos con nombres y apellidos pero a puerta cerrada, a sabiendas de que, en realidad, están hablando de ellos mismos. "Pobrecito mi patrón, que piensa que el pobre soy yo".
Me entristece. Me desencanta. Me asusta. Me enfurece. Me encoje. Me alarma.
Pero, vamos a mantenernos, erguidos, sonrientes, dueños de nosotros mismos.