martes, 29 de diciembre de 2009

Busco palabritas, como guijarros muy pequeños, para encontrar el camino de mi extravío, que es siempre el mismo, aunque a mi me parezca que los pasos son nuevos.
La tristeza descansa por fin de su insomnio de noches partidas. Ha cerrado los párpados y viaja ahora por un horizonte claro que presagia gotas azules sobre una luna blanca que va a estallar mañana, que voy a mirar mañana nuevamente. Procuro que mi cuerpo no se inunde de nostalgia y llevo la palabra gracias en la boca y en el alma...
Un año más estoy aquí, apalabrando los deseos, escribiendo cartas imaginarias con mis ilusiones, invocando a mis custodios para que, cuando realmente haga falta, me recojan el corazón del suelo y lo resguarden de los asaltantes, de los timadores, de los ladrones de alientos.
Me desato la lengua y lo pronuncio: Quiero no extraviar nunca la esperanza, pensar que puedo reconstruir parcelas de este mundo con mi risa, abrazarme al dolor de mis semejantes, olfatear el aire como un animal nuevo, volar por los aires todas las cometas de mi infancia, abolir mis miserias, los miedos, ofrecerme como un día despejado...
Quiero vestirme de mí misma, llamar a las cosas por su nombre, alimentarme de sustancia, temblar con el temblor ajeno y reconocerme en el vértigo de un adolescente. Deseo seguir deseando, no tenerlo todo, que mi madre continúe hablándome desde sus ojos grises de las cosas que le han sucedido mientras yo aún no era. No quiero hacer de mi corazón un nido en el que crezca la apatía, el rencor, la desidia común, el desapego, la avaricia, la miseria... Hay lecciones y verdades que no me sirven de nada. Quiero crecer y seguir creciendo. Y lo que quiero para mí igualmente lo pienso para todos los seres que amo y para los que aún desconozco.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

Cada vez que se me cae el mundo,
el mundo me levanta.

martes, 8 de diciembre de 2009

Todo se precipita en cuestión de segundos. En cuestión de segundos tu cara amable se transforma. Adquiere el gesto devastador de una ola gigante que ha de tragarme entera sin que yo pueda oponer resistencia. De nada sirve. De nada sirve que me quede callada. De nada sirve que cambie de habitación, que te otorgue las razones que nunca has tenido. Que intente salir por la puerta de tu vida`. Sólo quiero huir. Convertida en una cobarde incapaz de afrontar que hay cosas que no tienen marcha atras. Que una vez iniciada la rabia, esa rabia ha de mirarse en mi rostro.
Te odio. Ahora sí. Ahora que retengo en mi memoria, aunque sea un instante, toda la mierda que nunca te preocupó barrer. La barriste hacia mí.Hacia mí dirigiste la escoba. Y yo, que llevo demasiado tiempo oscilando entre el sí y el no. Entre el te comprendo y la locura. Entre el amor gigante y el odio que se lamenta, sé que no tengo alternativas.
Siempre habrá algo que se pueda hacer...
Siempre se puede elegir...
Siempre Hay una salida, racional, a todo los que nos sucede.
Y no es así. Aún siendo así. No lo es.
Daría cada gota de mi sangra, hasta quedarme seca como un árbol en medio de un desierto.
Daría mis años, mi tiempo, por salvarte y salvarme de este naufragio que se me escapa.
Izamos bien las velas. Aprovechamos los vientos favorables. Pero ahora, mis labios están resquebrajados. Se me rompen las palabras en gritos que apenas me pertenecen. Todo mi cuerpo es un medio ajeno. Convertida no ya en sombra sino en caricatura, siento los músculos golpear contra esta mañana, tan semejante a otras que ahora recuerdo y que, sin embargo, he mantenido al margen.
No puedo más. Debería bastar. Debería bastar decirte que te pares.
Cuando tú quieras. Está bien. Hazlo así. Pero yo ya no estoy. Soy un animal herido. Desconfiado. Incrédulo. Que siente demasiado y, precisamente por eso, cada vez siente menos.
Me voy a dormir.

viernes, 4 de diciembre de 2009

Olfateo la lluvia de este diciembre quebrado. Los gatos andan locos de romances y se citan en los callejones oscuros, bajo las ventanas de un balcón cercano a mi recuerdo como si no fueran con ellos nada de este mundo, salvo la luna.
Olfateo la lluvia. La sienten los músculos de mi corazón que no llora.
La palpan mis manos desposeídas ahora que tu tacto no está en los alrededores.
La adivinan mis ojos tristes de vicio que no saben en qué nuevo portal se posarán mañana para tropezar con tu ausencia.
Lo murmura mi sueño mojado, frío, incoherente, que se despierta desorientado preguntando por mí.
Olfateo la lluvia de este diciembre que huele a cosas rotas. Pedacitos de nubes se asoman a mi cama. Descargarán, pienso, de una vez esta añoranza de precipitación tan lenta. Y me dejaré empapar, escurrir como un cristal o un lienzo en blanco.