viernes, 29 de agosto de 2008

Una isla más

Calla la noche.
En la distancia apenas
el eco de los camiones de basura,
la alarma de algún deseo escribiéndose
en el vientre del ahogado.
Y sola
fugitiva absoluta de mí misma YO.
YO y la lógica blanca de esta luna ambigua.
YO y el guerrero azul de la distancia.
YO y la sombra de tu nombre
grabada en mí
como una isla más.

(* Este poema lo escribí en el 90)

jueves, 28 de agosto de 2008

Epístola de Antínoo (Teresa Ortiz)

"Habia mucho de angustia en mi necesidad de herir
aquella sombria ternura que amenazaba complicar mi vida"
M. Yourcenar (Memorias de Adriano)




Tenía mi juventud, mi niñez casi,
y toda la belleza de la vida que empieza.
Libertad sin saberlo.
La tristeza de un sol que se apaga al ocaso
para volver de nuevo sobre montes y valles
más brillante, más dulce.
Tú eras el poder: hombres, legiones, reinos
a tí se doblegaban.
Tuyo era el placer, los amantes, la intriga
hasta llegar al crimen, a la sangre, la guerra.
Yo admiré todo eso, también tu inteligencia,
y me sentía halagado cuando tú me elegiste
para hablarme de amor, de cosas ignoradas y apenas presentidas
cuando me entretenía en el vuelo de un pájaro
o el canto de un grillo al caer de la tarde.
Cuando aprendi contigo, amigo padre, amante.
Sólo empecé al temerte al descubrir tu miedo.
Supe que estabas solo. Habías elegido
hace mucho un destino: el que te condenaba a ser dios, soberano;
el mismo que te trajo aquel día a Bitinia
a una fuente, a un patio, y hasta a mi vida en fin.
Ya pasado algún tiempo odíe tu indiferencia,
cuantas veces fingida por el mundo, los hombres,
la adulación o el tiempo.
Ese afán de mostrarme de la vida lo oscuro,
la mentira, las traiciones... Lo que yo presentía
y tan sólo se aprende al correr de los años.
Me estabas preparando para tu propio miedo.
Sentí piedad por tí.
Y te quise mostrar que podía enseñarte
algo que no sabías o que ya no recordabas.
Lo que te ofrecía era el mejor regalo
y quizás el más terrible.
Porque tengo certeza de que al menos un tiempo
yo seré el soberano y tú tan sólo el hombre,
el amante que espera solo el postrer consuelo,
la hora del olvido.
No fue sólo soberbia. Yo te quise y los sabes.
Con mi muerte renuncio a una tristeza áurea.
Huyo así de mi miedo y también de tu olvido.
De esa vida que tú me mostrastre y presiento,
de los días sombríos, los míos y los tuyos.
Renuncio a todo eso, y aunque ahora te duela
y en medio del dolor me llames o maldigas,
en el futuro un día, cuando ya seas viejo,
recordarás a un joven que te amó y que quiso
recordarte que hay seres que aman y renuncian
sin esperar por ello fidelidad o gloria.
No, no es sólo soberbia. Es algo que te entrego
sabiendo de antemano que es terrible y precioso
porque es mi propia vida. No podrás rechazarla
tú que todo lo puedes.
Y con ella en tus manos olvidarás el miedo.


Hubo un tiempo en que mi vida giró alrededor de las coincidencias. La intensidad me latía y los silencios construían en mí poemas interminables. Había heridas que yo creía imposibles de cicatrizar. De hecho la vida era una gran herida que sangraba y sangraba en abundancia y sin freno. El día estaba lleno de pequeñas tragedias que me hicieron fuerte, no más dura, no mas insensible, no más incrédula... No se trataba de eso. Se trata de la piel. De lo que duele sentir la plenitud. De trababa de la autenticidad, del riesgo, de la apuesta por uno mismo. Se trataba de nombres propios, de ausencias difíciles, de amores sin tregua, y de mi imposibilidad de comunicar todo eso. Se trataba también de equívocos, como ahora, como siempre. De la ambiguedad, del no saber hacia donde, por qué, para qué, hasta cuándo.
Ese tiempo estuvo marcado de música, de poesía, de lecturas, de vagabundeos, de coincidencias imposibles y de desencuentros ignorados. Un laberinto donde confluían mi deseo naciente y el deseo de los otros, de mi imposibilidad de nombrar mi temblor, mi miedo, mi complejidad y mi simplesa. Mina tiene que ver con esa época y con ésta, en la que sigo siendo.

Letras (El bicho)

Ballenas en Canarias (De Agustín Espinosa*)




Esto no es un sueño de Walter Scott ni una imaginación de C. Doyle.
Esto es la realidad una y simple.
Hace unos días que nadan en aguas de Canarias, en circuito de nuestras islas, dos reales y orondas ballenas, dos personajes de novela de Verne, dos héroes de lector de doce años.
Yo mismo las he visto -las han visto mis amigos y hasta mis enemigos, y sus mujeres y la mía: las ha visto toda la isla- aparecer y desaparecer una y mil veces sobre y bajo el actual mar en bonanza. Las he visto yo mismo, y he vuelto a ser con ellas el taciturno muchacho de hace veinte años, que huía del mundo y de sus geografías oficiales y rituales aritméticas y gramáticas, para leer, a escondidas, largos novelones exóticos, donde unas gruesas ballenas bogaban sobre un mar como éste que ahora miran mis maduros ojos de hoy displicentemente.
¡Qué ventura para los actuales muchachos canarios, para los infantiles lectores de Mayne Reid y Salgari, poder ver en su propia tinta, en su viva realidad imprevista, a sus romancescas ballenas; a seres que sólo tenían, hasta el radioso ahora de ellos, una poética y mágica vida: huéspedes de un mar que ni los ilustradores más habilidosos han acertado a pintar con la caudal fortaleza que lo imaginara y describiera el novelista.
Yo daría gustosamente todos mis viejos éxitos de escritor y de hombre por haber visto hace veinte años, con mis buidos ojos de infante, parar ante mi vista estas azules ballenas de 1932. Estas absurdas ballenas nostálgicas, que han colmado, durante unos días, infantiles y cándidos afanes; y que mis hijos mayores hubieran podido cazar metafóricamente e imaginativamente, si a mí se me hubiera ocurrido empezar a escribir antes de ahora este diario espectral de recién casado.

(* Este texto es inédito. Fue encontrado entre los papeles del escritor surrealista como fragmentos de un Diario espectral de un recién casado. Para mí Agustín Espinosa fue y es una de las voces más reveladoras de la literatura canaria. Este texto cerca de 80 años).

miércoles, 27 de agosto de 2008

La vida en rosa



Qué maravillosa esta noche colmada de sonidos y soledad. Lejos de tí y tan cerca. Que especial descubrir a través de la música algo tan sencillo como respirar. Un momento de simplicidad. Felicidad. Baila mi corazón, suena la trompeta de la inconsciencia, mientras la noche sueña.

Gente (Del gran Caetano Veloso)

Esta noche he aprendido ha incluir música en mi blog. Un gran paso que me hace inmensamente feliz. La música es realmente el lenguaje perfecto.



Acabo de encontrar este cuento que yo desconocía de Hermann Hesse y que colocó más abajo (la foto la tenía guardada del día 21). Es un cuento precioso, triste, enigmático, que habla de la condición humana y de los valores salvajes y olvidados, del instinto, de la belleza, de la vida y de la muerte. Hermann Hesse marcó una parte importante de mi vida, una etapa floreciente y descubridora en la que leí, como otros muchos de mi generación, el Lobo estepario, Damian, etc... La última vez que me leí el Lobo estepario fue en Málaga, el año pasado. El libro lo había prestado hace muchos años y para mí fue muy especial acudir a una librería de Nerja y adquirir un ejemplar de ese mágico libro que me abrió tantos horizontes y me planteó tantas interrogaciones que, hoy por hoy, gracias a dios, aún persisten. Su lectura fue nueva, aunque permanecía intacto un sentimiento de hermandad que me unió a este autor hace mucho tiempo. El caso de Hermann Hesse es interesante. Profundamente cultivado, podía hablar y escribir y pensar sobre los más diversos temas, desde música hasta poesía. Bueno, en realidad era un filósofo que reflexionó siempre sobre sí mismo y sobre los demás. Lo más parecido que he encontrado a Hesse en este sentido ha sido Milan Kundera, cuyos ensayos son maravillosos, y a Lorca, que era un gran músico, un gran poeta, por supuesto, un gran dramaturgo, pero, sobre todo, yun incondicional de la vida y de la paz. También los ensayos de Lorca sobre las distintas nanas o canciones de cuna de las regiones de España son emocionantes, así como sus disertaciones sobre el duende, sobre el cante, etc... Bueno, lo cuelgo aquí para compartir este hallazgo simple y sublime.

lunes, 25 de agosto de 2008

Elegía y postal (Ángeles Mora, De Conocimiento y ruinas)

No es fácil cambiar de casa,
de costumbres, de amigos,
de lunes, de balcón.
Pequeños ritos que nos fueron
haciendo como somos, nuestra vieja
taberna, cerveza
para dos.
Hay cosas que no arrastra el equipaje:
el cielo que levanta una persiana,
el olor a tabaco de un deseo,
los caminos trillados de nuestro corazón.
No es fácil deshacer las maletas un día
en otra lluvia,
cambiar sin más de luna,
de niebla, de periódico, de voces,
de ascensor.
Y salir a una calle que nunca has presentido,
con otros gorriones que ya
no te preguntan, otros gatos
que ya no saben tu nombre, otros besos
que no te ven venir.
No es fácil cambiar ahora de llaves.

Y mucho menos fácil,
ya sabes,
cambiar de amor.

jueves, 21 de agosto de 2008

El lobo (Herman Hesse, 1903)




Nunca en las montañas francesas había habido un invierno tan terriblemente largo y frío. Desde hacía semanas, el aire era claro y helado. De día, los grandes glaciares inclinados se extendían infinitos y de un blanco mate bajo el cielo de un color azul muy vivo; de noche, la luna, clara y pequeña, pasaba por encima de ellos; una luna gélida, de un brillo amarillento, cuya luz intensa adquiría tonos azules y broncos en la nieva, y parecía la personificación misma de la helada. Los hombres evitaban todos los caminos, y especialmente las cumbres; ateridos y maldicientes, permanecían en las cabañas de sus aldeas, cuyas ventanas, enrojecidos, brillaban y se extinguían pronto, por la noche, de un modo turbio y humoso, junto a la luz azulada de la luna.
Eran tiempos difíciles para los animales de la región. Los más pequeños perecían helados en gran cantidad; también los pájaros sucumbían a la helada, y los flacos cadáveres servían de botín a los azores y a los lobos. Pero también éstos pasaban tremendas penalidades a causa del frío y el hambre. Sólo unas pocas familias de lobos habitaban el lugar, y la necesidad los empujó a estrechar los vínculos. Se pasaron días andando solos. Aquí y allá, uno de ellos avanzaba por la nieve, flaco, hambriento y al acecho, silencioso y esquivo como un fantasma. Su delgada sombra se deslizaba junto a él por la nevada superficie. Tendía al viento, husmeando, su hocico puntiagudo, y dejaba oír de vez en cuando un aullido seco y atormentado. Pero por la noche se juntaban todos y rodeaban las aldeas con roncos aullidos. En ellas, el ganado y las aves de corral estaban a buen recaudo, y, tras los sólidos postigos, había carabinas apoyadas en la pared. Pocas veces obtenían un pequeño botín, por ejemplo, un perro, y habían sido ya abatidos dos miembros de la manada.
El frío persistía. A menudo, los lobos yacían juntos, silenciosos y ensimismados, dándose calor unos a otros, y acechaban ansiosos el yermo sin vida, hasta que uno, atormentado por los crueles martirios del hambre, saltaba de pronto con tremendos aullidos. Los demás volvían entonces sus hocicos hacia él y estallaban todos juntos en un alarido terrible, amenazador y plañidero.
Finalmente, la parte más pequeña de la manada se decidió a emigrar. De madugrada, abandonaron sus guaridas, se reunieron y, llenos de miedo y excitación, husmearon el aire helado. Luego partieron con un trote rápido y regular. Los que se quedaban los siguieron con unos ojos muy abiertos y vidriosos, trotaron tras ellos algunas decenas de pasos, se detuvieron indecisos y desconcertados, y regresaron lentamente a las guaridas vacías.
Los emigrantes se separaron al llegar el mediodía. Tres de ellos se dirigieron al Este, hacia el Jura suizo, y los demás continuaron hacia el Sur. Los tres primeros eran unos animales hermosos y fuertes, pero terriblemente enflaquecidos. El vientre estrecho y de color claro era delgado como una correa; las costillas sobresalían de un modo lamentable; las fauces estaban secas, y los ojos, abiertos y desesperados. Los tres penetraron juntos en el Jura, y al segundo día cobraron un carnero; al tercer día, un perro y un potro; pero se vieron acosados furiosamente por todas partes por la población campesina. En la comarca, abundante en pueblecitos y pequeñas ciudades, cundió el pánico ante aquellos intrusos inesperados. Los trineos del correo fueron armados, y nadie podía ir de un pueblo a otro sin fusil. En la región desconocida, después de un botín tan bueno, los tres animales se sentían a la vez cómodos y amedrentados; se volvieron más temerarios que nunca y penetraron en pleno día en el establo de una hacienda. Bramidos de vacas, de caballos y jadeos anhelantes llenaron el espacio cálido y angosto. Pero esta vez hubo gente que intervino. Se puso precio a los lobos y esto redobló el valor de los campesinos. Dos de ellos sucumbieron; uno con el cuello atravesado por una bala de un fúsil; el otro, abatido a hachazos. El tercero escapó y corrió hasta caer medio muerto en la nieve. Era el más joven y hermoso de los lobos, una bestia orgullosa, de enorme fuerza y formas esbeltas. Permaneció largo tiempo jadeante en el suelo. Círculos de un rojo sangriento flotaban en remolino ante sus ojos, y de vez en cuando lanzaba un doloroso gemido sibilante. Un hachazo le había alcanzado el lomo. Pero se recuperó y pudo volver a levantarse. Sólo entonces se dió cuenta de lo mucho que se había alejado. No se veían seres humanos ni edificios por parte alguna. Muy cerca se alzaba una gran montaña cubierta de nieve. Era el Chasseral. Decidió rodearla. Como le atormentaba la sed arrancó pequeños bocados de la dura costra helada de la nevada superficie.
Al otro lado de la montaña se encontró en seguida con una aldea. Caía la noche Esperó en un espeso bosque de abetos. Después se deslizó con precaución alrededor de los vallados, siguiendo el olor a establos calientes.
No había nadie en la calle. Con temor y codicia, anduvo parpadeando por entre las casas. Sonó un disparo. Levantaba la cabeza y tomaba impulso para echar a correr, cuando estalló un segundo disparo. Le había alcanzado. Su vientre blanquecino aparecía manchado de sangre en uno de los flancos, y la sangre caía en gruesas gotas persistentes. No obstante, consiguió escapar a grandes saltos y alcanzar el bosque del otro lado de la montaña. Allí esperó unos instantes al acecho y oyó voces levantó los ojos hacia la montaña. Era escarpada, boscosa y de difícil ascenso. Pero no había otra alternativa. Jadeante, abajo, una confusión de blasfemias, órdenes y luces de linternas se extendía a lo largo de la montaña. El lobo herido se enfilaba tembloros a través del bosque de abetos en la penumbra, mientras la sangre parduzca iba goteando lentamente de su flanco.
El frío había disminuido. Al Oeste, el cielo aparecía vaporoso y parecía anunciar una nevada.
Al fin, el agotado animal llegó a la cumbre. Estaba sobre una gran extensión nevada, ligeramente inclinada, cerca del Mont Crosin, muy por encima de la aldea de la que había escapado. No tenía hambre, pero sentía un dolor persistente y apagado que le venía de la herida. Un ladrido ronco y enfermizo salía de su hocico colgante; el corazón le palpitaba de un modo pesado y doloroso, y sentía la mano de la muerte oprimiéndole como una carga indeciblemente díficil de soportar. Le atraía un abeto de ancho ramaje, separado de los demás. Allí se sentó y dirigió una mirada turbia a la terrible noche nevada. Pasó media hora. Entonces cayó sobre la nieve una luz de un rojo tenue, suave, extraña. El lobo se incorporó con un gemido y volvió la hermosa cabeza hacia la luz. Era la luna que, gigantesca y roja como la sangre, salía por el Sureste y se alzaba lentamente en el cielo turbio. Hacía muchas semanas que no había sido tan grande y roja. Los ojos del animal agonizante se clavaban tristemente en el opaco disco lunar, y nuevamente un débil aullido resonó con un estertor, sordo y doloroso, en la noche.
Se aproximaron pasos y luces. Campesinos embutidos en gruesos capotes, cazadores y jóvenes con gorros de piel y pesadas polainas, venían pisando la nieve. Sonaron gritos de júbilo. Habían descubierto el lobo moribundo; dispararon contra él dos tiros, que no dieron en el blanco. Luego vieron que se estaba muriendo, y cayeron sobre él con palos y estacas. Pero él ya no sentía nada.
Con los miembros destrozados, lo bajaron arrastrándole hasta St. Immer. Reían, se ufanaban, se prometían unos buenos vasos de aguardiente y café, cantaban, renegaban. Ninguno de ellos veía la belleza del bosque nevado, ni el brillo de las cumbres, ni la luna roja que flotaba sobre el Chasseral y cuya luz tenue se reflejaba en los cañones de sus fusiles, en los cristales de la nieve y en los ojos vidriosos del lobo abatido.

Estrella de mar





Suena la voz de agua de Caetano Veloso
mientras mi cabeza resfriada gira
tras tu estela y pienso en los días extraviados,
en tu cuerpo que consume mi temblor
tras tantos años de calmas y tormentas,
en tu risa tan generosa como estas noches
de amor que me regalas.
Estrella de mar fuiste,
con cinco esquinas aferradas al polvo
del océano. Siglos de mareas
te llevaron a mí,
hasta mí confluyeron tus acuáticos sueños.
Pero tú me elegiste.
Elegiste mirarme desde la profundidad,
buscar en mí la playa de tus días
y quedarte en mi piel
como un rayo de luz,
como un sonido.

Vacío


Mis manos están deshabitadas
vacías
como un inmenso campo calcinado
tras el combate de los cuerpos.
Mis manos tienen el estigma
del cansancio,
del tiempo ya vencido.
Son como un deseo
que roto en la penumbra
cuelga del techo más alto.
Y lo peor es que este vacío mío
no tiene forma precisa,
sólo un olor a flores mordidas,
a huesos golpeados.


(Este poema lo escribí hace muchos años, tal vez en el 82, pero me sigue gustando)

Manual del guerrero de la luz (Paul Coelho)


El guerrero de la luz a veces actúa como el agua, y fluye entre los obstáculos que encuentra.
En ciertos momentos, resistir significa ser destruido; entonces, él se adapta a las circunstancias.
Acepta sin protestar que las piedras del camino tracen su rumbo a través de las montañas.
En esto reside la fuerza del agua; jamás puede ser quebrada por un martillo, ni herida por un cuchillo. La más poderosa espada del mundo es incapaz de dejar una cicatriz sobre su superficie.
El agua de un río se adapta al camino más factible, sin olvidar su objetivo: el mar. Frágil en su nacimiento, lentamente va adquiriendo la fuerza de los otros ríos que encuentra.
Y a partir de un determinado momento, su poder es total.

miércoles, 20 de agosto de 2008

Tragedias

Trabajar en un medio de comunicación de alguna forma te endurece. Llevo 19 años en el cierre de un periódico. En estos años he visto y leído de casi todo. Desde la guerra del Golfo, Irak, el genocidio de Ruanda, accidentes múltiples, violaciones, asesinatos, violencia de género, el atentado de las Torres Gemelas, el 11-M, y más y más violencia, y más y más dolor... No repaso los acontecimientos políticos porque realmente toda me resulta una gran farsa. Hoy, 20 de agosto, ha sido trágico. Es absurdo, porque fríamente, todos, absolutamente todos los días, acontecen catástrofes de uno u otro signo. La diferencia es que están más o menos lejos, a una distancia que hace que los que estamos al otro lado nos creamos que se trata de un mal sueño, el mal sueño de otros. Ahora, en este mismo instante, aún desconocemos los nombres, los oficios, los sueños truncados, el dolor de los que esperan saber los nombres, los supervivientes. Había muchos canarios, muchos niños... Cuerpos calcinados, supervivientes desconcertados, familiares destrozados, palabras que fueron las últimas sin saberlo.
Hoy, prefiero dedicarme a corregir deportes, pasar de puntillas por las fotos, las cifras, las anécdotas, las coincidencias. El destino los reunió en un avión. Para otros será la casualidad, el mal estado de la flota de aviones de una compañía, un fallo humano de primera o última hora... Qué más da. Yo lo siento. Siento ser una expectadora que no alcanza a entender a veces qué dimensión tiene la vida y la muerte. No sé... He perdido a varios seres queridos, pero no me puedo imaginar tanto sufrimiento. No quiero. Descansen en paz.

martes, 19 de agosto de 2008

Hace tiempo que abandoné mi muerte muda en esa misma esquina en la que todas mis citas coincidían para no verme. Me cansé de lamerme la misma herida y de abrírmela con cada nuevo lenguetazo. Siempre me gustó caminar descalza. Sentir el calor o el frío directamente. Mirar la luna mientras crece o mengua, indistintamente. El agua salada. El sonido de este mar que me inunda y me incendia. Hace tiempo que asesiné mis obsesiones, mi miedo, mi desesperanza. Dejé de esperar sentada el rapto perfecto, la palabra precisa y concluyente, la mirada de otro animal que te reconoce. Me gusta avanzar despacio, esquivar la fragilidad de los extraños, interrogar la curiosidad. Hace tiempo que no busco la coincidencia, los espejos, perderme en laberintos donde los minatauros duermen. Me gusta silbar, arquear la ceja, y sentarme en los pretiles.

viernes, 15 de agosto de 2008

Tregua

Mayo gris. Dosmilcuatro escaleras
hasta llegar aquí y esta eterna
incertidumbre de no saber nombrar
lo que en mí tiembla,
de no poder callar
lo que en mí muere.

Llevo toda una vida tango abajo
buscando un pretexto para quedarme
cerca, para conjurar esta maldición
de luna y agua.
Llevo toda una vida
encendiendo y apagando este interruptor
que cambia de rostro y de abrigo
con cada nuevo invierno, intentando descifrar
por qué en ocasiones me duele tanto
el aire que respiro y me pierdo
en un temblor confuso y húmedo
parecido a la muerte.

Y golpea siempre alguna melodía sostenida
con el aliento de un sueño,
alguna sombra antigua
que se proyecta en la noche de mis noches
y me menciona algo inexacto
que tal vez lleve escrito en las líneas
de otras manos,
en la curva de un deseo torpe,
en el latido de este viejo animal
que se mira en el espejo
y no acierta a recordar su nombre.
Todos los nombres.


Mayo gris. Y tú.
Que me imaginas lejos.
Que me imaginas ausente.
Vestida de lunes, de ciudad,
con prisas por depejar
todas las incógnitas,
las llamadas perdidas,
los mensajes urgentes,
las esquinas rotas del adiós.
Pero yo no tengo, hoy por hoy,
rencores que ofrecerle al tiempo,
caricias que robarle al frío,
catástrofes que excusen mi vocación
de llegar siempre tarde y sin aliento
a todas las citas importantes.
Y son verdad esos rumores.
Ya no me muerdo las uñas.
Ya no asesino caderas con mis besos.
Ya no busco el incendio ficticio
de otro cuerpo ajeno para aguarecer
este temblor que me pertenece.
Y no me importa dejar los papales
en blanco, no saber qué escribir
en los renglones de otras vidas,
mantener las distancias
entre mi verdad y las verdades ajenas,
Saber que no he de colmar nunca
los vacíos soberanos de mí misma.

martes, 12 de agosto de 2008

Agosto

Me siento bien en este agosto que regresa nuevo, plácidamente, con su olor a verano y juegos. Me muevo en él como pez en el agua, como niña que busca caracolas y conchas, y se me pasan las horas en ensoñaciones mientras miro la luna, esta luna de agosto. Agosto es el mes de mi infancia, tal vez por ello soy mucho más indulgente que con el resto de los meses, y lo espero, y lo animo, y lo estimulo, porque sé que es un poco como yo, holgazán y apasionado. Agosto está lleno de azoteas en la memoria, de paseos nocturnos, de recuentros y de viejas tomando el fresco en los portales abiertos. Agosto es rojo cuando cierras los ojos. Y azul como miras el horizonte. Y camina lento y sudoroso desde el amanecer hasta cuando cae la tarde. Me gusta la ciudad en agosto. Vacía de rutinas, ajena al abandono, intacta en sus sueños de verano.
Me siento bien.

sábado, 9 de agosto de 2008

Entre las miles de tonterías, necedades, mentiras, curiosidades y sucesos que he corregido hoy estaba ésta: el ser humano tiene al día unos 50.000 pensamientos y el 80% de ellos son negativos. Nefasto. Si ya de por sí, siento un rechazo visceral por las estadísticas, hay algunas que son verdaderamente absurdas. Absurdas, porque, para empezar, en ninguna de ellas estoy yo y dudo mucho que alguien se pueda sentir retratado con este tipo de sentencias. Ignoro que cifra suman mis pensamientos diarios (¡sólo me faltaba eso!), pero lo que sí puedo asegurar es que, ni por asomo, mis pensamientos son en un 80% negativos (?). Más allá del dato, de la estadística, de la vocación generalista de todos los medios informativos me quedo con otro tipo de información que no trasciende y que sí habla de cómo influye el pensamiento negativo o el positivo en nuestras acciones y en nuestro estado. Masaru Emoto, licenciado en Medicina Alternativa, se ha dedicado a la investigación de distintos tipos de agua. A través de un método de resonancia magnética ha logrado fotografiar distintos tipos de agua. Su hipótesis es que los cristales del agua reflejan la esencia de ésta. En un artículo que encontré sobre él me quedé fascinada con su mensaje. Aquí lo reproduzco casi literalmente. Al parecer, en 1994 Emoto tómo unas muestras de agua de una fuente de agua pura en Japón, congeló unas pocas gotas y las examinó bajo un microscopio electrónico y las fotografió. Las fotografías mostraron hermosos hexágonos cristalinos parecidos a copos de nieve. Emoto tomó entonces agua de un río contaminado, la congeló, fotografió unas gotas y comprobó que la imagen que aparecía en ellas no era un hermoso hexágono sino una forma desestructurada. Es como si el agua fuera sensible al entorno donde se halla. Emoto nos quiere hacer ver a través de sus investigaciones que el agua no sólo recoge información sino que también es sensible a los sentimientos y a la consciencia.
Julián Peragón, autor del mencionado artículo, que incluye una entrevista muy interesante con Emoto, agrega que, si es cierto, como parece desprenderse de las investigaciones del japonés, que los cristales de agua se deforman ante cualquier mensaje, voz, sentimiento, música que se transmita en su entorno modificando su misma estructura molecular, realmente nos encontraríamos ante un descubrimiento espectacular, porque, entre otras, nuestro cuerpo tiene más de un 60% de agua en su estructura.

viernes, 8 de agosto de 2008

Cumpleaños






El domingo cumplo 41 años. Yo y mi hermano gemelo, mi latido paralelo.
No me preocupa la edad, me preocupa el tiempo, ese espacio inexacto en el que las cosas se suceden y ya no son mas que su estela. No sé. En realidad, tampoco es que me preocupe ahora mismo demasiado. Me dejo llevar por mis intuiciones, me dejo crecer como un árbol, hacia arriba y hacia abajo, me dejo mecer como un barco a la deriva que en realidad sabe bien cuál es su horizonte... Al sol dejo secar mis ostinaciones. Al sol, como un lagarto encantado.