jueves, 15 de abril de 2010





Desde que enviudó comenzó a sentir un vacío tan negro que a penas podía levantarse de la cama cada mañana. Conciliaba el sueño a duras penas, después de horas y horas de darle vueltas a la misma angustia. Sus hijos hacía muchos años que habían volado. A penas los reconocía, cargados de obligaciones y usuras. Un calendario demasiado apretado para ceder una de sus páginas llenas de citas a ella, que los había parido y criado y querido. Toda una vida de duro trabajo resumida en una casa vacía, oscura, fría, irreconocible ya como propia. Hasta los buenos recuerdos habían cruzado la puerta una de esas mañanas y se habían escapado a otro lugar sin tan siquiera despedirse.

Se encontraba cansada, sola, triste, derrotada. Demasiado vieja para albergar un porvenir.

Durante las noches de insomnio (todas) empezó a trenzar una soga con las camisas y los pantalones de su difunto marido. Durante estos ocho años no había querido desprenderse de ellos, no por apego si más bien por costumbre. Procuró alternar colores oscuros (predominantes) con los pocos salmón o azul claro que encontraba en el armario. En una semana, justo cuando se cumplía su cincuenta aniversario de boda, la dio por concluida. Guardó los trapos sobrantes. Cerró los ojos aliviada. Por primera vez en mucho tiempo sintió que su cuerpo se abandonaba al sueño. Y durmió, plácidamente, sin sobresaltos, sin penas, sin esa angustia inseparable, como ese vaso de agua que siempre encuentras en la mesilla.

3 comentarios:

Gárgola dijo...

Dejar el lastre, ni que sea tejiendo una soga también es una liberación...
Inquietante y 'bien tejido' relato.

besos

Yurena Guillén dijo...

Sí que es inquietante, pese al sosiego con el que está escrito.

No puedo ni imaginar lo que es sentirse solo tras una perdida similar.

Un beso grande.

Néctar dijo...

El apego hacia una persona querida que ha desaparecido puede ser tal que hasta necesites lo que ha dejado teñido de su perfume y marcado con las curvas de su cuerpo para acabar el resto de tus días acompañada con la suave caricia que sentías entonces.