miércoles, 18 de agosto de 2010

Bjo la piel de esta ciudad envejecida se esconden sueños rotos, golpes de deseo que un día se preciptaron en un vértigo anónimo y que hoy nostalgian esa mordida feroz que les dio impulso. Bajo la piel de esta ciudad se ocultan deudas pendientes del tiempo ya vencido, las cartas urgentes que el destino extravió junto a tu nombre, los errores de la lluvia en septiembre mientras temblábamos y nos creíamos a salvo de todos los desastres posibles. Bajo la piel de esta ciudad la noche siempre tuvo una extraña vocación de herida, de reincidencia, como si no bastara con travestirnos en otros, con esconder nuestro silencio, con desertar de nuestra locura. Subíamos entonces a las azoteas para sentir el vértigo de todos los horizontes lejanos que ansiábamos descubrir. Caminábamos sobre la cuerda floja tejiendo una red con las palabras hermosas que se dicen los amantes recién amanecidos con la débil esperanza de salir indemnes de una caída que intuímaos inevitable. ugábamos a ser ilusionistas y nuestro circo latía como un animal ingenuo colmado de atenciones, como un joven animal que crece ignorando que la soledad es un muro que se alimenta de pequeñas traiciones. Qué extraño y que ajeno este paisaje ahora. Qué devastador el rastro de esta luna que no está llena sino simplemente harta. Qué terrible y qué simple este vacío que no concede treguas, que no guarda ni un solo callejón donde podernos tropezar de frente con lo que fuimos.

2 comentarios:

Yurena Guillén dijo...

Te imagino en un vórtice que se desenvuelve vertiginosamente. Y mientras más rápido se agita el torbellino, menos se percibe la visión de esa ciudad, de nosotros mismos. Y más, dejas entrever esa sensación que aflora casi al final del texto.
Me gusta cuando la visceralidad está bien reconducida.

Un beso.

Anónimo dijo...

Me ha gustado mucho tu poema, aunque podríamos hablar más detenidamente en otro momento sobre ciertas cuestiones que me han asaltado al leerlo.
Te dejo uno propio, espero que te guste.

La electricidad te hace llorar lágrimas
eléctricas.
La luna no puede perdonarte
brilla en el sueño
como una herida abierta
la luna
la luna del sueño
se
vierte
vierte sobre tu cuello
tu cuello largo
tu cuello
largo como expirar
sepultado de alquitrán
hasta la mejilla del cielo.
Y en la mirada
en tierra
los ojos
los ojos rotos
los ojos rotos de occidente iluminan
la superficie nocturna
de ese ajado cuero limón,
piel pusilánime por que derrama
como la promesa de una fuente
que no puede cesar lamentándose
litros rojos de fiebre espesa,
cascada enorme de litros
encarnados, litros escarlata
en precipitación
sin cesar
litros rojos fluyentes como un manantial
de catástrofe,
empapando a su paso bermejo el manto de paño
que la vieja depositó entonces,
sobre la llanura yerma de las eras, aquel
cedazo oleoso añil, de brillantes luces cobre.
Y en la batalla
dos legiones de hombres libres
no cesan en combate
a bayoneta
sobre las dunas moradas
de tu boca
alborotando olas
de polvo almizclado,
palabras largas sin vocales
atraviesan los tímpanos,
esporas con garfios de porcelana
recogen a los vencidos,
tu espíritu huele a estiercol.
Y en la colina
sopla poniente
espigas doradas contra tu pecho,
sobre el paisaje vitral
marrón-violáceo
de un mar de carne fría,
mar retorcido y salvaje
por alcanzar el horizonte,
mientras lejana
en el rumor ocre de la marea plástica
crece una pieza musical,
venciendo la línea vertical de espuma
elástica
entre las ramas de la voz femenina,
un coro de voces tenores reclama,
-¡Sumérgete, vida mía...!