sábado, 24 de julio de 2010

Ella tiene ojeras en el alma, invisibles, irrastreables. Mira a un lado y a otro de la noche. No se aventura a cruzarla. Hubiera querido que su escalofrío la condujera a otro rostro, que los deseos no se hubieran pronunciado a favor de la locura. Ella hubiera querido que todo fuera un sueño, o un antojo, o un simple billete de tren que se rompe y se olvida. El destino es muy juguetón. Algunos dirán que puñetero. Pero guarda certezas, razones, y hasta pócimas para curar el espanto. Ella no lo sabe aún, pero le aguardan días claros, transparentes, lúcidos. Días para celebrar consigo misma; días para mirarse en otros ojos, en el mar, en la tarde; días para encontrar respuestas, para formular preguntas, para dejarse amar, para entregarse a la vida. Ella no lo sabe, pero ya tiene una cita a la que no va a poder faltar...

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