viernes, 24 de octubre de 2008

Enero

Enero se inició rápidamente
en el ritual de buscarte
entre las páginas de este
calendario recién estrenado
que te citaba confusa para el jueves
aunque supiese que llegábamos acompañadas
de una luna que crece feroz
contra el tiempo.
Y yo con esa ambigua
impresión de adivinar
la trayectoria que tus manos dibujan
cuando surcan el aire y rescatan
silencios del color de un verano.
Un verano antiguo
que me mantiene viva
con su rumor de sal y vientos nuevos.


Enero estacionó su asombro
de largos abrigos,
tardes imprecisas,
grises desencuentros,
en esta calle antigua
que lleva tu nombre
y que yo no transito porque,
de noche,
mi sombra se ostina
en no encontarse
con esta soledad de siglos que me espera
y que ignora todo lo que he de decir
para poder explicarte.
Para poder descifrarme sin espejos...

La risa socorre esta inquietud.
Juego a ser un temblor
demasiado evidente
que no sabe qué hacer
con tanta despedida,
con este adiós
que no tiene principio,
como un fado que se lamenta
y suena
en su hermosa tristeza
a tango imposible.


(Me apoyo en el quicio de tu puerta entreabierta.
Pediré permiso antes de entrar.
Llamaré al timbre de tus días.
Concederé el olvido si es preciso)

Enero tiene el sabor de una mordida,
de una manzana roja
que se come a destiempo,
que devoro con la urgencia del hambriento,
del que hace siglos
que margina sus sueños
y renuncia a sus nostalgias,
exiliada de cualquier paisaje
que recuerde
cuánto se puede morir
dulcemente.


Y de vez en cuando
maullan las lunas
de mi memoria
y se llenan de nombres que un día
estuvieron confusamente
llenos con mi ausencia.


Este enero preciso
huele a lluvia retenida en las esquinas
de este deseo recién descubierto.
Este deseo que asusta
y se prolonga en el malva
de tus labios
en el vértigo de tu pelo cayendo
sobre la tarde roja,
en tus ojos de amanecer
que se cierran al sueño,
en las palmas de tus manos
que miran hacia arriba
como señalando todo lo que un día
importó.

(Me apoyo en el quicio de tu puerta entreabierta.
Pediré permiso antes de entrar.
Llamaré al timbre de tus días.
Concederé el olvido si es preciso).

Enero es sobre todo
una estación que termina.
La cita de este último café
que no te pido
y que me tomo a solas
mientras siento
cómo las mariposas
se posan en mi ombligo
y me confunden
con una planta que crece
empapada en tu aliento,
bajo tu sombra a salvo.
Tiernamente vencida.
Felizmente derrotada.
Sin ti,
pero contigo.


(Este poema lo escribí en enero de este año. En octubre volvió a mí y ahora lo he completado... si eso, en algún caso, es posible)

4 comentarios:

kik dijo...

Impresiona la ligereza con que circulan las palabras y al mismo tiempo todo lo que abarcan.

Anónimo dijo...

Hola kiko, que bueno que sigas visitándome y me dejes tus comentarios. Un beso

Gárgola dijo...

Éste, es un poema magnético, que deja impronta y desprende un aire de calma evocación... de invierno, de un olvido deseado.

¡Bello!

besos

Anónimo dijo...

Este poema habla de sentimientos a los que no busqué explicación, ni reciprocidad, ni tan siquiera comunicación. Es decir, enero fue una sorpresa que con la misma se fue. Vivi ese momento conciente de que era yo la única protagonista. No sé si me explico. Ahora, ese poema tiene vida propia y he tenido que desempolvarlo para entender algunas cosas.