martes, 4 de noviembre de 2008

Borete

AYER FUE el cumpleaños de mi padre. Hubiera cumplido setenta y pocos (he de reconocer que ignoro con exactitud cuántos, mi relación con los números siempre ha sido bastante mejorable). Hace ya más de tres años que "Borete" -así lo conocían sus seres queridos- se jubiló, como quien dice, de la vida. Hace más de tres años que lo busco y no lo encuentro. Hace más de tres años que no tropiezo con su risa, que no reconozco su voz tras cualquier sombra, que no me miro desde sus ojos de niño. Y es extraño eso a lo que llamamos tiempo. Esa sucesión de paréntesis y metamorfosis, de idas y venidas, de sucesos y asombros, de reconstrucciones imposibles y de olvidos necesarios. Sin embargo, es la suya una ausencia clara, sin esquinas, sin deudas pendientes. Dejó un vacío hecho a la medida de su recuerdo. Un vacío en el que puedo ordenar el dolor y convertirlo en un susurro de cosas por llegar, en una puerta por donde salen y entran mis fantasmas más queridos o mis ángeles custodios. A veces me pregunto cómo se sobrevive a una catástrofe sin extraviar la fe, sin perder las ganas, sin romperse. Cómo se continúa. Las grandes tragedias son siempre individuales, por eso los grandes triunfos tienen el tamaño de un nombre. Y pienso en todos esos nombres que se han ido y atesoran tras de sí otros nombres, otras historias que tal vez se escriban con minúsculas porque no necesitan justificar su importancia. Resulta difícil dejar marchar a los que ya se han ido. Resulta difícil cortar ese nudo trenzado por el miedo, por el desasosiego, por la incertidumbre, por la rabia, por el vacío, por la impotencia. Resulta difícil aceptar que cada cual tiene su tiempo. Yo, por mi parte, atesoro en mi memoria las arrugas de un semblante que ya no me esmero en no olvidar y a veces me río de esta vocación tan mía de llorar sobre mojado. Después de tres años ya no me duele la certeza de no encontrarme nunca más con su rostro de siempre, saber que tras la esquina de una noche cualquiera no he de coincidir con su alegría. "Borete", mi querido "Borete", los que quedamos aquí hemos aprendido a remendar con hilo de zapato tu ausencia. Y no ha quedado mal.


(* Este texto lo escribí en mi trabajo para publicarlo el mismo día hace cinco o seis años. Ahora mismo hace ocho años que mi padre murió. En aquel momento, escribir esto resultó difícil pero tremendamente liberador. Tenía tantas cosas dentro que tenían que ver con él y que nunca las había dicho en alto... mi querido Borete. Ahora lo cuelgo aquí porque para mí es uno de los textos más importantes, significativos, sinceros, desnudos, que he escrito. Mi padre era zapatero. Algún día, espero que pronto, escribiré algo sobre eso y mis recuerdos de infancia).

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