sábado, 29 de noviembre de 2008

Rememoro pasajes de lluvia
noches de zaguanes dedicados al beso
y ese lento apagarse de las cosas
que van como la vida
a ningún lado.

Y es otro el mensaje
de esta luna partida
ahora mientras camino
y pasan ante mí
las mismas avenidas
los mismos nombres
el mismo callejón oscuro
dende me quedé temblando
al borde del amor
donde quizás inicié este viaje
del que aún no he regresado.


No sé por qué
pero este aire confuso
de diciembre
me sabe a poema triste
a telegrama urgente
a SOS que me manda la memoria
quizá como un simple intento
de saber
en qué esquina de éstas
se quedó tu voz
descifrando
las urgencias de la lluvia
la política cruel de los adioses
o la tierna inquietud
con que lo interrogabas todo.

Tal vez sea inevitable descubrir
el tono distante que posee
el ahora
y no me quede más remedio
que admitir
el definitivo claudicar
de la memoria
cuando cruzo la calle
y no te encuentro


(este poema lo escribí hace bastantes años)

jueves, 27 de noviembre de 2008

He de reconocer que le temo al olvido.
Por eso tal vez inicie este viaje a lo imposible.
Desde pequeña tuve claro que mi silencio abarcaría universos muchos más bellos que los que mis palabras lograrían nunca circundar. Por eso también, siempre me dio rabia que este lenguaje me inventase otra que no soy y que los ojos extraños de quien contempla un enigma se acercaran a mi paisaje creyendo que tenían toda mi verdad entre sus manos.
Y sin embargo, qué falta me hacían las palabras.
Yo, tan cercana al autismo de los otros.

Y temo extraviar la memoria. No acordarme de que he vivido muchas vidas. De que mis ojos han visto cómo se puede traspàsar la materia, bordear montañas desde el suelo, amar sin necesidad, levantarse una y mil veces derrotada y herida para reír nuevamente como un tonto.
Llevo siglos contemplando la misma noche emocionada. Y no me canso.
Sé que no soy un cuerpo que se deja llevar, un amasijo de huesos que se desploma ante el mundo. Pero, a veces, tengo la impresión de estar sola. Sola.
Es absurdo. Quién en su sano juicio viviría sólo para lo visible?

martes, 25 de noviembre de 2008

Yo no sé

Yo no sé decir lo que en mi duele.
Hoy por ejemplo
casi llueve, vi a mi madre
envejecer un poco más, tuve miedo
del gato que cruzó la calle.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

La luna y la niña

Retrocede la luna para seguirla bien
lentísima y difícil como un poema
que se va escribiendo de a poco
y se demora
entre las piernas confusas
de la noche.

Con sigilo de isla
acecha sus constantes
custodia su indomable
vocación de extravío.


Y la interroga.
Y la enciende.
Y la silencia.

Con su lengua
le provoca
letanías de risa
soledades de lustros
y escaleras
amores imposibles
palabras para nadie.

Y a donde quiera que va
completa su fortuna.



Ella se adelanta un paso para ver
cómo se posa la luna
en su vestido.
Callejera y huidiza
clandestina y amante.

Con la estrategia del gato
elige sus tejados
recoge sus tragedias
inventa sus renuncias
resuelve sus enigmas.

Y la maldice.
Y la ronda.
Y la prefiere.

Y a donde quiera que va
completa su destino.

martes, 11 de noviembre de 2008

Ausencia (Canción de Mariví Cabo)




Siempre dice
siempre dice mi conciencia
que lo nuestro ni empezó.
Ella no sabe que yo
me enamoré de tu ausencia.

Y a pesar de que me insiste
en que tengo que olvidarte
(en que tengo que olvidarte)
nunca me dice en qué parte
del alma
te me metiste.

jueves, 6 de noviembre de 2008

Mariposas y sapos




Cuando regresé del sur me esperaba otro sur distinto.
Anduve sola. No había huellas que seguir, sólo un paisaje imaginario que no me dolió pintar. Colmado de curvas y humedades. Lleno de jeroglíficos y media lunas tatuados en la piel. Tu nombre dobló todas mis esquinas y apareció tu boca en el centro de la noche. Llamándome.
En mi estómago sentí volar las mariposas.
Mis ojos se iluminaron con un brillo extraño y nuevo semejante a un serena tempestad.
Mi piel reconocía el temblor de quien ha sido hallado nuevamente. Y esas mariposas extranjeras que nunca había conocido antes se posaban en mí, elegres, alborotadas, nerviosas.
Semanas después, ignoro porque extraña metamorfosis, las mariposas se transmutaron en sapos. Sentí miles de lágrimas rodar por las paredes de mi estómago y crecer el musgo frío de la ausencia.
Ahora los oigo cantar noche y día. Y como es tiempo de lluvias y tristezas, sus letanías me van calando los musculos, mis huesos, las entrañas, llenando mis estanques de abrazos que no tuve, de tu sueño tan breve, de notas graves sostenidas bajo la incertidumbre de no haberte amado nunca.
Y es inevitable que la gente me mire.
Que a mi paso los ojos extrañados de los transeúntes recalen en mi huella sonora.
A veces no puedo remediarlo, y pierdo la calma, la educación, el fundamento.
Me giro y sonrió: "No son gases, caballero, son los sapos que anuncian lluvias, soledades, tangos. Son los sapos que antes eran mariposas".
¿Qué he de hacer para aliviarlos?
Intento disculparme.
Explicarles que la naturaleza humana es así de incierta. Que el devenir de las cosas traza pronósticos que no se han diagnosticado en ninguna casa de apuestas.
Bebo agua en abundancia y constantemente para que naden a gusto.
Me demoro bajo la ducha queriendo convertirme en una gran laguna, acogedora, familar, donde ellos puedan sentirse como en casa.
Salgo a la lluvia buscando empapar su triste melancolía,
su dolorosa belleza.
No tengo prisa, pero espero que se vayan.
Un buen día. Algún día.
A su lugar de origen.

martes, 4 de noviembre de 2008

El tango de Roxanne



Mi padre era un apasionado de la música. Y de los tangos.
(Gargola, aunque ya me dijiste que no te gustan los tangos, disfruta de este que te ofrezco. Eso sí, muy sui generis. Versión de Roxana de Police de la maravillosa película Mouline Rouge. Surrealismo puro. A que no has oído nada igual?)

Borete

AYER FUE el cumpleaños de mi padre. Hubiera cumplido setenta y pocos (he de reconocer que ignoro con exactitud cuántos, mi relación con los números siempre ha sido bastante mejorable). Hace ya más de tres años que "Borete" -así lo conocían sus seres queridos- se jubiló, como quien dice, de la vida. Hace más de tres años que lo busco y no lo encuentro. Hace más de tres años que no tropiezo con su risa, que no reconozco su voz tras cualquier sombra, que no me miro desde sus ojos de niño. Y es extraño eso a lo que llamamos tiempo. Esa sucesión de paréntesis y metamorfosis, de idas y venidas, de sucesos y asombros, de reconstrucciones imposibles y de olvidos necesarios. Sin embargo, es la suya una ausencia clara, sin esquinas, sin deudas pendientes. Dejó un vacío hecho a la medida de su recuerdo. Un vacío en el que puedo ordenar el dolor y convertirlo en un susurro de cosas por llegar, en una puerta por donde salen y entran mis fantasmas más queridos o mis ángeles custodios. A veces me pregunto cómo se sobrevive a una catástrofe sin extraviar la fe, sin perder las ganas, sin romperse. Cómo se continúa. Las grandes tragedias son siempre individuales, por eso los grandes triunfos tienen el tamaño de un nombre. Y pienso en todos esos nombres que se han ido y atesoran tras de sí otros nombres, otras historias que tal vez se escriban con minúsculas porque no necesitan justificar su importancia. Resulta difícil dejar marchar a los que ya se han ido. Resulta difícil cortar ese nudo trenzado por el miedo, por el desasosiego, por la incertidumbre, por la rabia, por el vacío, por la impotencia. Resulta difícil aceptar que cada cual tiene su tiempo. Yo, por mi parte, atesoro en mi memoria las arrugas de un semblante que ya no me esmero en no olvidar y a veces me río de esta vocación tan mía de llorar sobre mojado. Después de tres años ya no me duele la certeza de no encontrarme nunca más con su rostro de siempre, saber que tras la esquina de una noche cualquiera no he de coincidir con su alegría. "Borete", mi querido "Borete", los que quedamos aquí hemos aprendido a remendar con hilo de zapato tu ausencia. Y no ha quedado mal.


(* Este texto lo escribí en mi trabajo para publicarlo el mismo día hace cinco o seis años. Ahora mismo hace ocho años que mi padre murió. En aquel momento, escribir esto resultó difícil pero tremendamente liberador. Tenía tantas cosas dentro que tenían que ver con él y que nunca las había dicho en alto... mi querido Borete. Ahora lo cuelgo aquí porque para mí es uno de los textos más importantes, significativos, sinceros, desnudos, que he escrito. Mi padre era zapatero. Algún día, espero que pronto, escribiré algo sobre eso y mis recuerdos de infancia).