miércoles, 31 de diciembre de 2008
martes, 30 de diciembre de 2008
A vivir, que son dos días
martes, 23 de diciembre de 2008
lunes, 22 de diciembre de 2008
Conservo la mirada limpia. Lo sé. Es de las pocas cosas que no necesito que me recuerden. Y sin embargo tengo una apariencia que engaña. Me apasiono con tantas cosas... que parezco una niña. Soy una niña que guarda las apariencias y otras muchas cosas en lols bolsillos. En los bolsillos llevo un crellón para pintar, una cajita de música que nunca me regalaron, el retrato de mi gato ausente, un fósforo para encender una petardo rojo y un cigarro clandestino, una carta urgente que recibí hace años, una luna siempre llena aunque esté menguante y una larga lista de rostros que coincidieron con mi risa.
Ahora, que ha pasado tanto tiempo que hasta me creo en ocasiones otra, saco el espejo y me miro fijamente. Aunque me da la risa, persisto. ¿Quién soy yo espejito? Soy la que siempre estuvo. Torpe, breve, preñada de pajaritos preñados, silbando, disimulando, para que no me vieran los adultos y extrañados se preguntaran ¿quien es esa niña?
Conservo la música latende, siempre diciendo. Sinfonías de viento que recorren paisajes que existen en cada uno de nosotros. Mi soledad es gemela a todas. Solo que mi soledad respira hondo y se regocija en este mar que en ocasiones se asoma y me mece.
No me place el mundo en general. Pero en particular, estoy encantada con ciertos universos.
Ando en la ceremonia de despedir el año. Y abriré la puerta de uno nuevo porque toca, porque sorpresivamente estoy aquí aún. Porque, por mucho que a veces me empeñe en lo contrario, gozo respirando.
viernes, 19 de diciembre de 2008
Carta a los reyes magos
Ilustres majestades, por último, quisiera un espejo que cuando me mire me devuelva a la niña que siempre quise ser. Superar todos los exámenes que la vida me impone sin necesidad de copiar. Y sobre todas las cosas, me pido, si es posible, un final feliz.
jueves, 11 de diciembre de 2008
lunes, 8 de diciembre de 2008
Pertenencias
un manojo de sueños que cuelgo del techo
cuando no estoy
para evitar que los pisen,
tengo un reloj de arena
que camina lentamente y se acerca
a ninguna parte.
Tengo cuentos tristes
que contarle a la luna,
tengo las manos y los píes fríos,
tengo una sonrisa antigua y sobreviviente,
tengo animales que respiran conmigo.
Acaso sea nada o casi nada
lo que me pierdo
cuando me olvido.
Tal vez nadie me mire y piense
que es imposible contenerse tan poco.
Vivo de prestado en mi nombre
y no pago más
de lo que estimo justo.
martes, 2 de diciembre de 2008
El árbol de la vida

Mis días están llenos de preguntas. Desde siempre. Preguntas cotidianas, simples, curiosas, torpes, radicales, surrealistas, insultantes, temerosas, silenciadas...
En ocasiones, cuando camino por la ciudad (caigo en la cuenta de que hace mucho tiempo que no deambulo), hay rostros con los que me tropiezo impunemente y otros a los que sin embargo sometería a un exhaustivo interrogatorio. Hay ojos que no me ven y miradas que derrepente parecen reconocerme, conocerme de muy antiguo. En todo este maremagnum de cuerpos ajenos tengo la sensación en ocasiones, mejor dicho, la convicción, de que todo se reduce a un mismo extravío.
Por ejemplo, te acuerdas de cuándo dejaron de desearte buenos sueños? De por qué dejaste de jugar al escondite? Te acuerdas de tus sueños cuando te despiertas? Crees en el prójimo, en tu semejante? Qué buscas cuando escribes? Qué encuentras cuando encuentras refugio? Cuánto tiempo hace desde tu último temblor? Qué despierta tu ira, tu rabia,tu dulce animal dormido? Cuál es tu mayor miedo? A dónde vas tu solo? Dondé está tu camada? Cómo mide tu corazón el tiempo? A que sabe el cuerpo que codicias? A qué hueles tú?
La adolescencia es una de las épocas más fructiferas de la vida. Al menos para mí. A lo largo de ella surgen todas las grandes y pequeñas preguntas, que uno repite y repite. Primero en silencio y luego en voz alta, compartiendo. Y no sé por qué extraña razón, un buen día esas preguntas se distancian aunque no hayan hallado la respuesta o la hayan sabido siempre Y uno aprende a disimular ese hecho. Esa ignorancia magnífica que nos hace tan sabios.
Recuerdo al abuelo de Ana, cuando lo visitamos es su casa de Fuerteventura, en Puerto del Rosario. Hacía muncho tiempo que no estaba con su nieta y a mí era la primera vez que me veía. Aquella tarde con él y con la abuela fue auténticamente surrealista. El miraba al cielo, con sus ochenta y tantos años, y decía, "qué extrañas son las nubes, vienen y se van con el viento". Y aunque fuese una afirmación el preguntaba con su curiosidad, colmado de maravilla, por la naturaleza de las nubes... En su vida había visto cambiar muchas cosas y sin embargo las nubes seguían siendo un enigma poético para él. El signo de que él era uno más en el mundo, un mundo incomprensible, inabarcable, paradigmático, sutil, magnífico.
Y no dejo de intuir que las preguntas definen como nada lo que eres. Seres así son árboles a los que uno se abraza para sentir que estamos en el camino. Puede que a ratos descansando, pero en camino al fin. Con las raíces ancladas en la tierra, alimentándonos de su líquida sabia, y con los brazos extendidos al cielo buscando siempre... nadando entre las nubes de la memoria antigua.
sábado, 29 de noviembre de 2008
noches de zaguanes dedicados al beso
y ese lento apagarse de las cosas
que van como la vida
a ningún lado.
Y es otro el mensaje
de esta luna partida
ahora mientras camino
y pasan ante mí
las mismas avenidas
los mismos nombres
el mismo callejón oscuro
dende me quedé temblando
al borde del amor
donde quizás inicié este viaje
del que aún no he regresado.
No sé por qué
pero este aire confuso
de diciembre
me sabe a poema triste
a telegrama urgente
a SOS que me manda la memoria
quizá como un simple intento
de saber
en qué esquina de éstas
se quedó tu voz
descifrando
las urgencias de la lluvia
la política cruel de los adioses
o la tierna inquietud
con que lo interrogabas todo.
Tal vez sea inevitable descubrir
el tono distante que posee
el ahora
y no me quede más remedio
que admitir
el definitivo claudicar
de la memoria
cuando cruzo la calle
y no te encuentro
(este poema lo escribí hace bastantes años)
jueves, 27 de noviembre de 2008
Por eso tal vez inicie este viaje a lo imposible.
Desde pequeña tuve claro que mi silencio abarcaría universos muchos más bellos que los que mis palabras lograrían nunca circundar. Por eso también, siempre me dio rabia que este lenguaje me inventase otra que no soy y que los ojos extraños de quien contempla un enigma se acercaran a mi paisaje creyendo que tenían toda mi verdad entre sus manos.
Y sin embargo, qué falta me hacían las palabras.
Yo, tan cercana al autismo de los otros.
Y temo extraviar la memoria. No acordarme de que he vivido muchas vidas. De que mis ojos han visto cómo se puede traspàsar la materia, bordear montañas desde el suelo, amar sin necesidad, levantarse una y mil veces derrotada y herida para reír nuevamente como un tonto.
Llevo siglos contemplando la misma noche emocionada. Y no me canso.
Sé que no soy un cuerpo que se deja llevar, un amasijo de huesos que se desploma ante el mundo. Pero, a veces, tengo la impresión de estar sola. Sola.
Es absurdo. Quién en su sano juicio viviría sólo para lo visible?
martes, 25 de noviembre de 2008
Yo no sé
Hoy por ejemplo
casi llueve, vi a mi madre
envejecer un poco más, tuve miedo
del gato que cruzó la calle.
miércoles, 12 de noviembre de 2008
La luna y la niña
lentísima y difícil como un poema
que se va escribiendo de a poco
y se demora
entre las piernas confusas
de la noche.
Con sigilo de isla
acecha sus constantes
custodia su indomable
vocación de extravío.
Y la interroga.
Y la enciende.
Y la silencia.
Con su lengua
le provoca
letanías de risa
soledades de lustros
y escaleras
amores imposibles
palabras para nadie.
Y a donde quiera que va
completa su fortuna.
Ella se adelanta un paso para ver
cómo se posa la luna
en su vestido.
Callejera y huidiza
clandestina y amante.
Con la estrategia del gato
elige sus tejados
recoge sus tragedias
inventa sus renuncias
resuelve sus enigmas.
Y la maldice.
Y la ronda.
Y la prefiere.
Y a donde quiera que va
completa su destino.
martes, 11 de noviembre de 2008
Ausencia (Canción de Mariví Cabo)
jueves, 6 de noviembre de 2008
Mariposas y sapos

Cuando regresé del sur me esperaba otro sur distinto.
Anduve sola. No había huellas que seguir, sólo un paisaje imaginario que no me dolió pintar. Colmado de curvas y humedades. Lleno de jeroglíficos y media lunas tatuados en la piel. Tu nombre dobló todas mis esquinas y apareció tu boca en el centro de la noche. Llamándome.
En mi estómago sentí volar las mariposas.
Mis ojos se iluminaron con un brillo extraño y nuevo semejante a un serena tempestad.
Mi piel reconocía el temblor de quien ha sido hallado nuevamente. Y esas mariposas extranjeras que nunca había conocido antes se posaban en mí, elegres, alborotadas, nerviosas.
Semanas después, ignoro porque extraña metamorfosis, las mariposas se transmutaron en sapos. Sentí miles de lágrimas rodar por las paredes de mi estómago y crecer el musgo frío de la ausencia.
Ahora los oigo cantar noche y día. Y como es tiempo de lluvias y tristezas, sus letanías me van calando los musculos, mis huesos, las entrañas, llenando mis estanques de abrazos que no tuve, de tu sueño tan breve, de notas graves sostenidas bajo la incertidumbre de no haberte amado nunca.
Y es inevitable que la gente me mire.
Que a mi paso los ojos extrañados de los transeúntes recalen en mi huella sonora.
A veces no puedo remediarlo, y pierdo la calma, la educación, el fundamento.
Me giro y sonrió: "No son gases, caballero, son los sapos que anuncian lluvias, soledades, tangos. Son los sapos que antes eran mariposas".
¿Qué he de hacer para aliviarlos?
Intento disculparme.
Explicarles que la naturaleza humana es así de incierta. Que el devenir de las cosas traza pronósticos que no se han diagnosticado en ninguna casa de apuestas.
Bebo agua en abundancia y constantemente para que naden a gusto.
Me demoro bajo la ducha queriendo convertirme en una gran laguna, acogedora, familar, donde ellos puedan sentirse como en casa.
Salgo a la lluvia buscando empapar su triste melancolía,
su dolorosa belleza.
No tengo prisa, pero espero que se vayan.
Un buen día. Algún día.
A su lugar de origen.
martes, 4 de noviembre de 2008
El tango de Roxanne
Mi padre era un apasionado de la música. Y de los tangos.
(Gargola, aunque ya me dijiste que no te gustan los tangos, disfruta de este que te ofrezco. Eso sí, muy sui generis. Versión de Roxana de Police de la maravillosa película Mouline Rouge. Surrealismo puro. A que no has oído nada igual?)
Borete
(* Este texto lo escribí en mi trabajo para publicarlo el mismo día hace cinco o seis años. Ahora mismo hace ocho años que mi padre murió. En aquel momento, escribir esto resultó difícil pero tremendamente liberador. Tenía tantas cosas dentro que tenían que ver con él y que nunca las había dicho en alto... mi querido Borete. Ahora lo cuelgo aquí porque para mí es uno de los textos más importantes, significativos, sinceros, desnudos, que he escrito. Mi padre era zapatero. Algún día, espero que pronto, escribiré algo sobre eso y mis recuerdos de infancia).
viernes, 31 de octubre de 2008
La abuela Francisca
Su manto de pelo blanco contenido en un moño de horquillas negras y sus arrugas tan intensas, como labradas con tiempo detenido, estampaban en el patio de una casa que mi memoria guarda junto a las cosas sencillas una presencia que lograba trascender a todo.
"La mujer que no sabe cocinar, como la que no sabe llorar, malo –sentenciaba huraña mientras masticaba un trozo de papa cruda y espantaba de un manotazo al aire a los dos o tres gatos que se le colaban bajo las faldas tan pronto se las remangaba un poco–. La que no sabe cocinar porque no sabrá nunca cómo alimentar a sus hijos sin que le crezcan feos y perrunos, y la que no sabe llorar, porque de pura agua estancada sus entrañas se irán ennegreciendo como las paredes de una casa demasiado húmeda y en la que no entra nunca el sol".
Y porque tenía la abuela el mismo tono rancio de los demás mayores cuando parecían hablar de cosas serias y solemnes, pero eran a la vez sus ojos tan de broma, nunca supe bien qué hacer si echarme a reír bajo sus faldas y aguardar a que me desalojara como a un gato más de su gran camada, o romper a llorar desconsoladamente y de puro desconcierto. Y más bien hacía las dos cosas. Lloraba como quien reía broma y reía como quien estuviera lamentando algo.
Ahora que no está, como quien dice, entre los vivos, la abuela Francisca entra cada cierto tiempo y sin necesidad de permiso en mis sueños. Y sonríe, sin duda más de lo normal. Como si no estuviera ni sola ni muerta ni tan siquiera ausente. Me dice cosas que más tarde no logro recordar, pero que, sé, me sientan bien.
A veces se lo comento a mi madre, que me mira entre desconsolada y satisfecha, mientras habla y habla de sus cortos años de infancia desde sus ojos grises como el cielo gris.
jueves, 30 de octubre de 2008
La chica de la maleta (Ángeles Mora)
no tomé el desayuno, no he leído el periódico,
no me metí en la ducha después de la gimnasia
(esta oscura mañana no quise hacer gimnasia)
no subí la persiana para asomarme al cielo
ni he mirado en la agenda las promesas del día.
Esta dura mañana con su duro castigo
he roto algunas cosas que mucho me quisieron
y salvé algunas otras porque duele mirarlas.
Me estoy haciendo daño esta mañana fría,
quisiera destruirme sin salir de la cama
o encontrar la manera de dormir un momento.
Cuando menos lo esperas, suele decir la gente,
la sorpresa aparece con sus dientes de anís.
Cuando menos lo esperas, si te fijas un poco,
verás que el aire lleva gaviotas y mensajes...
mas ya no van conmigo esos viejos asuntos.
El aire arrastra lluvias y tristezas heridas
y yo no quiero verlo cruzar como un bandido
tan guapo y tan azules sus ojos venenosos.
Esta fría mañana tan cerca de diciembre
cuando rozan los árboles de puntillas las nubes
junto a tanta miseria, tan helada ternura
yo dejo mi impotencia, mi personal naufragio
estre estos blancos pliegues olvidado...
Aunque mi cuerpo caiga doblemente desnudo
en ese traje roto que luego es un poema.
Aunque otro sueño baje su luz por la almohada
y ya no despierte mi voz en el jardín.
(De La guerra de los treinta años)
miércoles, 29 de octubre de 2008

Hoy ha llovido sobre mi ciudad de océano. Ha llovido intenso. Intermitente. A ratos el sol convivía con la lluvia y resultaba como un juego de niños. Alegre. Nuevo.
También ha nevado. En el Teide han caído las primeras nieves y aquí, al nivel de mar, se nota el frío que llega desde lo alto, como un abrazo gigante.
La lluvia siempre limpia y yo, mientras veía caer el agua, me sentía, de algún modo antiguo, descargada. Como si fuera una nube gris, encapotada, eléctrica que necesitara caer sobre el asfalto.
La tormenta ha pasado. Las piezas empiezan a coincidir en su lugar. Lo único que no sé es si este lugar es tan sólo provisional y mañana levantarán la tienda de campaña para peregrinar y reclamarme otro territorio.
Escribo y escribo.
Es lo único que hago desde que llegué de Málaga.
Eso y tocar el saxofón, tan olvidado. He retomado mis clases y estoy contenta. De resto, intento darme una tregua. Demasiado intensa incluso para mí misma.
Octubre se va, pero ha sido fiel a su costumbre.
Definitivo.
Inolvidable.
Conflictivo.
Caótico.
Desbordante.
Maravilloso.
martes, 28 de octubre de 2008
Lucía
Pasión Vega. Una de las voces españolas más carismáticas, portentosas, auténticas del siglo. Una voz antigua con aires nuevos. Tuve la suerte de verla aquí en Tenerife. Sencilla y rotunda. Inigualable la noche que me regalo, llena de sonidos y emociones.
lunes, 27 de octubre de 2008
Caracol

He esperado, como un caracol espera el sol tras la lluvia, a que aparecieras.
Yo me había preguntado cuántos sueños tardarías en regresar.
Sabía que no había respuesta para ello.
Te he tenido que conceder el olvido.
La distancia. La tregua. Otra vida.
Hoy toca el desnudo integral que no es posible.
Cargo a cuestas varias generaciones extraviadas y una vocación de autismo
que me hace amar el silencio.
Hubiera preferido continuar dormida. Soñar todos esos sueños precisos.
No enfrentarme al temblor de tu nombre en mi piel. No entrar en guerra con mi conciencia.
Seguir desafiando a la locura, sin importarme como siempre
que me entendiera nadie, que nadie me viera romperme cada día,
alzarme cada día,
caminar a gusto entre las sombras,
buscar la mirada directa,
levantarme el vestido ante la luz,
dejarme llevar por el sonido del mar,
jugar como siempre a reír con ganas,
morirme para vivir de nuevo,
sin miedo, sin rencor, sin ansia.
Te he esperado uan aternidad.
Ignoro la edad que tiene mi espera.
Las arrugas de mi alma me hacen más niña de lo que parezco.
Y camino por el desasosiego, como si la luna estuviera siempre llena y yo andara tras tu pulso por esta ciudad que hace tiempo que abandoné a su suerte.
Las esquinas ya no me miran igual. Noto que sus callejones no me esconden y sus portales, esos que un día me salvaron, no se dejan abrir a mi tristeza.
Echo de menos las azoteas. Sus noches. La música de mi alma subiendo la cuesta del sueño. Los sueños.
He esperado, como un caracol espera el sol tras la lluvia, a que aparecieras.
Yo me había preguntado cuántos sueños tardarías en regresar.
Sabía que no había respuesta para ello.
No quiero encontarte en otra vida. Por qué tengo que concederte el olvido?
Olvidarme de tu pulso,
de tu olor,
de tu aliento.
Llegará el olvido. Lo sé. Aunque no quiera.
Aunque no quiera, mi memoria encontrará el sitio exacto donde ubicar tus huellas.
Y yo seguiré. Seguirás tú, ajena, convertida en anéctota,
en coincidencia,
en recurso.
En mentira.
Y yo no quiero eso para ti.
No quiero eso para mí.
Te pienso y te custodio
de los malentendidos,
de mi extrañeza,
del juicio de los otros,
de mi olvido cobarde,
de mis pobrecitas dudas,
de esta vida torpe que nos arrebata.
Estoy partida. Y no tengo tu voz desconocida.
Desconocida.
A ti me entrego.
Sin que tú lo sepas.
Nunca.
Siempre.
No tardes muchos sueños en regresar.
Por favor.
viernes, 24 de octubre de 2008
Enero
en el ritual de buscarte
entre las páginas de este
calendario recién estrenado
que te citaba confusa para el jueves
aunque supiese que llegábamos acompañadas
de una luna que crece feroz
contra el tiempo.
Y yo con esa ambigua
impresión de adivinar
la trayectoria que tus manos dibujan
cuando surcan el aire y rescatan
silencios del color de un verano.
Un verano antiguo
que me mantiene viva
con su rumor de sal y vientos nuevos.
Enero estacionó su asombro
de largos abrigos,
tardes imprecisas,
grises desencuentros,
en esta calle antigua
que lleva tu nombre
y que yo no transito porque,
de noche,
mi sombra se ostina
en no encontarse
con esta soledad de siglos que me espera
y que ignora todo lo que he de decir
para poder explicarte.
Para poder descifrarme sin espejos...
La risa socorre esta inquietud.
Juego a ser un temblor
demasiado evidente
que no sabe qué hacer
con tanta despedida,
con este adiós
que no tiene principio,
como un fado que se lamenta
y suena
en su hermosa tristeza
a tango imposible.
(Me apoyo en el quicio de tu puerta entreabierta.
Pediré permiso antes de entrar.
Llamaré al timbre de tus días.
Concederé el olvido si es preciso)
Enero tiene el sabor de una mordida,
de una manzana roja
que se come a destiempo,
que devoro con la urgencia del hambriento,
del que hace siglos
que margina sus sueños
y renuncia a sus nostalgias,
exiliada de cualquier paisaje
que recuerde
cuánto se puede morir
dulcemente.
Y de vez en cuando
maullan las lunas
de mi memoria
y se llenan de nombres que un día
estuvieron confusamente
llenos con mi ausencia.
Este enero preciso
huele a lluvia retenida en las esquinas
de este deseo recién descubierto.
Este deseo que asusta
y se prolonga en el malva
de tus labios
en el vértigo de tu pelo cayendo
sobre la tarde roja,
en tus ojos de amanecer
que se cierran al sueño,
en las palmas de tus manos
que miran hacia arriba
como señalando todo lo que un día
importó.
(Me apoyo en el quicio de tu puerta entreabierta.
Pediré permiso antes de entrar.
Llamaré al timbre de tus días.
Concederé el olvido si es preciso).
Enero es sobre todo
una estación que termina.
La cita de este último café
que no te pido
y que me tomo a solas
mientras siento
cómo las mariposas
se posan en mi ombligo
y me confunden
con una planta que crece
empapada en tu aliento,
bajo tu sombra a salvo.
Tiernamente vencida.
Felizmente derrotada.
Sin ti,
pero contigo.
(Este poema lo escribí en enero de este año. En octubre volvió a mí y ahora lo he completado... si eso, en algún caso, es posible)
Meu fado meu
Mariza, una de las jóvenes y más rotundas realidades del fado. Una pequeña gran joya para disfrutar.
lunes, 20 de octubre de 2008
En algún lugar... (E.E. Cummings)
felizmente más allá de toda experiencia,
tus ojos tienen su silencio:
En tu gesto más frágil hay cosas que me rodean
o que no puedo tocar porque están demasiado cerca.
Con solo mirarme, me liberas.
Aunque yo me haya cerrado como un puño,
siempre abres, pétalo tras pétalo mi ser,
como la primavera abre con un toque diestro
y misterioso su primera rosa.
O si deseas cerrarme, yo y
mi vida nos cerraremos muy bellamente, súbitamente,
como cuando el corazón de esta flor imagina
la nieve cuidadosa cayendo por doquier.
Nada que hayamos de percibir en este mundo iguala
la fuerza de tu intensa fragilidad, cuya textura
me somete con el color de tus campos,
retornando a la muerte y la eternidad con cada respiro
Ignoro tu destreza para ecrrar y abrir
pero, cierto es que algo me dice
que la voz de tus ojos es más profunda que todas las rosas...
Nadie, ni siquiera la lluvia tiene manos tan pequeñas
miércoles, 15 de octubre de 2008
jueves, 9 de octubre de 2008
NO RECHACES LOS SUEÑOS POR SER SUEÑOS...
Todos los sueños pueden
ser realidad, si el sueño no se acaba.
La realidad es un sueño. Si soñamos
que la piedra es la piedra, eso es la piedra.
Lo que corre en los ríos no es un agua,
es un soñar, el agua, cristalino.
La realidad disfraza
su propio sueño, y dice:
«Yo soy el sol, los cielos, el amor.»
Pero nunca se va, nunca se pasa,
si fingimos creer que es más que un sueño.
Y vivimos soñándola. Soñar
es el modo que el alma
tiene para que nunca se le escape
lo que se escaparía si dejamos
de soñar que es verdad lo que no existe.
Sólo muere
un amor que ha dejado de soñarse
hecho materia y que se busca en tierra.
Pedro Salinas
miércoles, 1 de octubre de 2008
Octubre
Octubre ha entrado a matar. En una semana tan sólo mi mundo se modifica, se desmorona, renace, tiembla, se ríe, agoniza, se alza incrédulo, se interroga, no encuentra, busca, camina, late, se siente... Tengo miedo. Miedo de lo que no conozco. No tengo edad... Me he perdido. Miro la noche y encuentro esta noche de otoño, esta luna de otoño rotunda y creciente, y recuerdo su boca, su geografía, mi locura.
Exorcismo

lunes, 29 de septiembre de 2008
Regreso

Atrás quedaron sus casas blancas, su mar distinto al mío, sus arrugas de tiempo detenido, sus cuestas empredradas, sus callejones de olvido, su olor a dama de noche, a jazmín, su timbre, sus gatos esquinados, sus ojos brujos. Atras quedaron ya sus pequeñas historias, mi asombro; su mano tendida, mi sonrisa; sus olas mansas, la quietud de mis horas; las leyendas antiguas de los viejos de siempre, mi silencio asombrado; su encrucijada de caminos, de pasos distintos, de nombres ya propios.
Porque vivir tendria que ser descubrir con cada movimiento propio un destello...
De regreso, siento un vacio casi infantil que me hace llorar. No es tristeza, ni pena, ni alegria tampoco... Es emocion.
Le cuento a mi madre lo bien que se come en esa tierra, mis conversaciones con los viejos del pueblo. Le describo los balcones adornados de plantas, los hermosos patios de las casas que tanto se parecen a las casas de antes en Canarias. Le hablo de sus frutas, y de sus hortalizas, de que alli las papas no se comen como aqui (aunque ya se lo he contado muchas veces), y se asombra y reconozco en sus ojos un brillo especial, como si estuviera viendo todo lo que yo describo. Luego me llevo a mi hermana a mi casa, porque que lleva mucho tiempo esperando que tenga vacaciones y compartir conmigo un día o dos, y salir de casa de mi madre. Ella es discapacitada mental, hasta hace poco tiempo simplemente subnormal. A mi me da lo mismo el nombre a estas alturas... La sacaron con forceps y perdio oxigeno en el cerebro... Es la mayor. Desde que murio mi padre se apego a mi quien sabe porque y yo hablo con ella y la escucho en su lenguaje. Se que lo que le doy es poco, y sin embargo para ella es un cofre que abre con emoción. Así es que nuevamente me emociono. Eso debería de ser la vida.
Llego a la isla sola, sin mi pareja. Tras quince años me separo de ella una semana. Extraño y rebelador. Yo, que siempre me he pensado un alma solitaria, una suerte de perro verde, comparto sin esfuerzo lo que soy y me renuevo en su alegria, en su fuerza, en su sabiduria inexplicable, en su radicalidad sincera...
Llego y me voy al teatro Leal a ver a Enrique Morente y a Anita (Shane),que me ha conseguido una entrada. Suelto las maletas, me ducho y subo a La Laguna. Agotada vibro con su duende desatado. El y la Orquesta Chekara de Tetuan. Música, alimento del alma.
En fin. Estoy aqui.
Ella
He regresado. Ya estoy aquí, en esta isla-cáscara-planeta de la que nunca me he ido. Por tierras malagueñas he paseado mi sueño. He hablado con sus mareas, con sus gatos, con las sabias arrugas de sus hermosos abuelos. He comido y reído y contempado la luna llena en el balcón de Europa. Y mucho más...
Cuelgo este vídeo de Bebe porque es tan vitalista y retrata tantos rostros especiales, tanta historias que ... no sé, me hace sonreír, creer, sentir, respirar, amar.
Ya estoy aquí.
martes, 2 de septiembre de 2008
vacaciones
viernes, 29 de agosto de 2008
Una isla más
En la distancia apenas
el eco de los camiones de basura,
la alarma de algún deseo escribiéndose
en el vientre del ahogado.
Y sola
fugitiva absoluta de mí misma YO.
YO y la lógica blanca de esta luna ambigua.
YO y el guerrero azul de la distancia.
YO y la sombra de tu nombre
grabada en mí
como una isla más.
(* Este poema lo escribí en el 90)
jueves, 28 de agosto de 2008
Epístola de Antínoo (Teresa Ortiz)
aquella sombria ternura que amenazaba complicar mi vida"
M. Yourcenar (Memorias de Adriano)
Tenía mi juventud, mi niñez casi,
y toda la belleza de la vida que empieza.
Libertad sin saberlo.
La tristeza de un sol que se apaga al ocaso
para volver de nuevo sobre montes y valles
más brillante, más dulce.
Tú eras el poder: hombres, legiones, reinos
a tí se doblegaban.
Tuyo era el placer, los amantes, la intriga
hasta llegar al crimen, a la sangre, la guerra.
Yo admiré todo eso, también tu inteligencia,
y me sentía halagado cuando tú me elegiste
para hablarme de amor, de cosas ignoradas y apenas presentidas
cuando me entretenía en el vuelo de un pájaro
o el canto de un grillo al caer de la tarde.
Cuando aprendi contigo, amigo padre, amante.
Sólo empecé al temerte al descubrir tu miedo.
Supe que estabas solo. Habías elegido
hace mucho un destino: el que te condenaba a ser dios, soberano;
el mismo que te trajo aquel día a Bitinia
a una fuente, a un patio, y hasta a mi vida en fin.
Ya pasado algún tiempo odíe tu indiferencia,
cuantas veces fingida por el mundo, los hombres,
la adulación o el tiempo.
Ese afán de mostrarme de la vida lo oscuro,
la mentira, las traiciones... Lo que yo presentía
y tan sólo se aprende al correr de los años.
Me estabas preparando para tu propio miedo.
Sentí piedad por tí.
Y te quise mostrar que podía enseñarte
algo que no sabías o que ya no recordabas.
Lo que te ofrecía era el mejor regalo
y quizás el más terrible.
Porque tengo certeza de que al menos un tiempo
yo seré el soberano y tú tan sólo el hombre,
el amante que espera solo el postrer consuelo,
la hora del olvido.
No fue sólo soberbia. Yo te quise y los sabes.
Con mi muerte renuncio a una tristeza áurea.
Huyo así de mi miedo y también de tu olvido.
De esa vida que tú me mostrastre y presiento,
de los días sombríos, los míos y los tuyos.
Renuncio a todo eso, y aunque ahora te duela
y en medio del dolor me llames o maldigas,
en el futuro un día, cuando ya seas viejo,
recordarás a un joven que te amó y que quiso
recordarte que hay seres que aman y renuncian
sin esperar por ello fidelidad o gloria.
No, no es sólo soberbia. Es algo que te entrego
sabiendo de antemano que es terrible y precioso
porque es mi propia vida. No podrás rechazarla
tú que todo lo puedes.
Y con ella en tus manos olvidarás el miedo.
Hubo un tiempo en que mi vida giró alrededor de las coincidencias. La intensidad me latía y los silencios construían en mí poemas interminables. Había heridas que yo creía imposibles de cicatrizar. De hecho la vida era una gran herida que sangraba y sangraba en abundancia y sin freno. El día estaba lleno de pequeñas tragedias que me hicieron fuerte, no más dura, no mas insensible, no más incrédula... No se trataba de eso. Se trata de la piel. De lo que duele sentir la plenitud. De trababa de la autenticidad, del riesgo, de la apuesta por uno mismo. Se trataba de nombres propios, de ausencias difíciles, de amores sin tregua, y de mi imposibilidad de comunicar todo eso. Se trataba también de equívocos, como ahora, como siempre. De la ambiguedad, del no saber hacia donde, por qué, para qué, hasta cuándo.
Ese tiempo estuvo marcado de música, de poesía, de lecturas, de vagabundeos, de coincidencias imposibles y de desencuentros ignorados. Un laberinto donde confluían mi deseo naciente y el deseo de los otros, de mi imposibilidad de nombrar mi temblor, mi miedo, mi complejidad y mi simplesa. Mina tiene que ver con esa época y con ésta, en la que sigo siendo.
Ballenas en Canarias (De Agustín Espinosa*)

Esto no es un sueño de Walter Scott ni una imaginación de C. Doyle.
Esto es la realidad una y simple.
Hace unos días que nadan en aguas de Canarias, en circuito de nuestras islas, dos reales y orondas ballenas, dos personajes de novela de Verne, dos héroes de lector de doce años.
Yo mismo las he visto -las han visto mis amigos y hasta mis enemigos, y sus mujeres y la mía: las ha visto toda la isla- aparecer y desaparecer una y mil veces sobre y bajo el actual mar en bonanza. Las he visto yo mismo, y he vuelto a ser con ellas el taciturno muchacho de hace veinte años, que huía del mundo y de sus geografías oficiales y rituales aritméticas y gramáticas, para leer, a escondidas, largos novelones exóticos, donde unas gruesas ballenas bogaban sobre un mar como éste que ahora miran mis maduros ojos de hoy displicentemente.
¡Qué ventura para los actuales muchachos canarios, para los infantiles lectores de Mayne Reid y Salgari, poder ver en su propia tinta, en su viva realidad imprevista, a sus romancescas ballenas; a seres que sólo tenían, hasta el radioso ahora de ellos, una poética y mágica vida: huéspedes de un mar que ni los ilustradores más habilidosos han acertado a pintar con la caudal fortaleza que lo imaginara y describiera el novelista.
Yo daría gustosamente todos mis viejos éxitos de escritor y de hombre por haber visto hace veinte años, con mis buidos ojos de infante, parar ante mi vista estas azules ballenas de 1932. Estas absurdas ballenas nostálgicas, que han colmado, durante unos días, infantiles y cándidos afanes; y que mis hijos mayores hubieran podido cazar metafóricamente e imaginativamente, si a mí se me hubiera ocurrido empezar a escribir antes de ahora este diario espectral de recién casado.
(* Este texto es inédito. Fue encontrado entre los papeles del escritor surrealista como fragmentos de un Diario espectral de un recién casado. Para mí Agustín Espinosa fue y es una de las voces más reveladoras de la literatura canaria. Este texto cerca de 80 años).
miércoles, 27 de agosto de 2008
La vida en rosa
Qué maravillosa esta noche colmada de sonidos y soledad. Lejos de tí y tan cerca. Que especial descubrir a través de la música algo tan sencillo como respirar. Un momento de simplicidad. Felicidad. Baila mi corazón, suena la trompeta de la inconsciencia, mientras la noche sueña.
Gente (Del gran Caetano Veloso)
lunes, 25 de agosto de 2008
Elegía y postal (Ángeles Mora, De Conocimiento y ruinas)
de costumbres, de amigos,
de lunes, de balcón.
Pequeños ritos que nos fueron
haciendo como somos, nuestra vieja
taberna, cerveza
para dos.
Hay cosas que no arrastra el equipaje:
el cielo que levanta una persiana,
el olor a tabaco de un deseo,
los caminos trillados de nuestro corazón.
No es fácil deshacer las maletas un día
en otra lluvia,
cambiar sin más de luna,
de niebla, de periódico, de voces,
de ascensor.
Y salir a una calle que nunca has presentido,
con otros gorriones que ya
no te preguntan, otros gatos
que ya no saben tu nombre, otros besos
que no te ven venir.
No es fácil cambiar ahora de llaves.
Y mucho menos fácil,
ya sabes,
cambiar de amor.
jueves, 21 de agosto de 2008
El lobo (Herman Hesse, 1903)

Nunca en las montañas francesas había habido un invierno tan terriblemente largo y frío. Desde hacía semanas, el aire era claro y helado. De día, los grandes glaciares inclinados se extendían infinitos y de un blanco mate bajo el cielo de un color azul muy vivo; de noche, la luna, clara y pequeña, pasaba por encima de ellos; una luna gélida, de un brillo amarillento, cuya luz intensa adquiría tonos azules y broncos en la nieva, y parecía la personificación misma de la helada. Los hombres evitaban todos los caminos, y especialmente las cumbres; ateridos y maldicientes, permanecían en las cabañas de sus aldeas, cuyas ventanas, enrojecidos, brillaban y se extinguían pronto, por la noche, de un modo turbio y humoso, junto a la luz azulada de la luna.
Eran tiempos difíciles para los animales de la región. Los más pequeños perecían helados en gran cantidad; también los pájaros sucumbían a la helada, y los flacos cadáveres servían de botín a los azores y a los lobos. Pero también éstos pasaban tremendas penalidades a causa del frío y el hambre. Sólo unas pocas familias de lobos habitaban el lugar, y la necesidad los empujó a estrechar los vínculos. Se pasaron días andando solos. Aquí y allá, uno de ellos avanzaba por la nieve, flaco, hambriento y al acecho, silencioso y esquivo como un fantasma. Su delgada sombra se deslizaba junto a él por la nevada superficie. Tendía al viento, husmeando, su hocico puntiagudo, y dejaba oír de vez en cuando un aullido seco y atormentado. Pero por la noche se juntaban todos y rodeaban las aldeas con roncos aullidos. En ellas, el ganado y las aves de corral estaban a buen recaudo, y, tras los sólidos postigos, había carabinas apoyadas en la pared. Pocas veces obtenían un pequeño botín, por ejemplo, un perro, y habían sido ya abatidos dos miembros de la manada.
El frío persistía. A menudo, los lobos yacían juntos, silenciosos y ensimismados, dándose calor unos a otros, y acechaban ansiosos el yermo sin vida, hasta que uno, atormentado por los crueles martirios del hambre, saltaba de pronto con tremendos aullidos. Los demás volvían entonces sus hocicos hacia él y estallaban todos juntos en un alarido terrible, amenazador y plañidero.
Finalmente, la parte más pequeña de la manada se decidió a emigrar. De madugrada, abandonaron sus guaridas, se reunieron y, llenos de miedo y excitación, husmearon el aire helado. Luego partieron con un trote rápido y regular. Los que se quedaban los siguieron con unos ojos muy abiertos y vidriosos, trotaron tras ellos algunas decenas de pasos, se detuvieron indecisos y desconcertados, y regresaron lentamente a las guaridas vacías.
Los emigrantes se separaron al llegar el mediodía. Tres de ellos se dirigieron al Este, hacia el Jura suizo, y los demás continuaron hacia el Sur. Los tres primeros eran unos animales hermosos y fuertes, pero terriblemente enflaquecidos. El vientre estrecho y de color claro era delgado como una correa; las costillas sobresalían de un modo lamentable; las fauces estaban secas, y los ojos, abiertos y desesperados. Los tres penetraron juntos en el Jura, y al segundo día cobraron un carnero; al tercer día, un perro y un potro; pero se vieron acosados furiosamente por todas partes por la población campesina. En la comarca, abundante en pueblecitos y pequeñas ciudades, cundió el pánico ante aquellos intrusos inesperados. Los trineos del correo fueron armados, y nadie podía ir de un pueblo a otro sin fusil. En la región desconocida, después de un botín tan bueno, los tres animales se sentían a la vez cómodos y amedrentados; se volvieron más temerarios que nunca y penetraron en pleno día en el establo de una hacienda. Bramidos de vacas, de caballos y jadeos anhelantes llenaron el espacio cálido y angosto. Pero esta vez hubo gente que intervino. Se puso precio a los lobos y esto redobló el valor de los campesinos. Dos de ellos sucumbieron; uno con el cuello atravesado por una bala de un fúsil; el otro, abatido a hachazos. El tercero escapó y corrió hasta caer medio muerto en la nieve. Era el más joven y hermoso de los lobos, una bestia orgullosa, de enorme fuerza y formas esbeltas. Permaneció largo tiempo jadeante en el suelo. Círculos de un rojo sangriento flotaban en remolino ante sus ojos, y de vez en cuando lanzaba un doloroso gemido sibilante. Un hachazo le había alcanzado el lomo. Pero se recuperó y pudo volver a levantarse. Sólo entonces se dió cuenta de lo mucho que se había alejado. No se veían seres humanos ni edificios por parte alguna. Muy cerca se alzaba una gran montaña cubierta de nieve. Era el Chasseral. Decidió rodearla. Como le atormentaba la sed arrancó pequeños bocados de la dura costra helada de la nevada superficie.
Al otro lado de la montaña se encontró en seguida con una aldea. Caía la noche Esperó en un espeso bosque de abetos. Después se deslizó con precaución alrededor de los vallados, siguiendo el olor a establos calientes.
No había nadie en la calle. Con temor y codicia, anduvo parpadeando por entre las casas. Sonó un disparo. Levantaba la cabeza y tomaba impulso para echar a correr, cuando estalló un segundo disparo. Le había alcanzado. Su vientre blanquecino aparecía manchado de sangre en uno de los flancos, y la sangre caía en gruesas gotas persistentes. No obstante, consiguió escapar a grandes saltos y alcanzar el bosque del otro lado de la montaña. Allí esperó unos instantes al acecho y oyó voces levantó los ojos hacia la montaña. Era escarpada, boscosa y de difícil ascenso. Pero no había otra alternativa. Jadeante, abajo, una confusión de blasfemias, órdenes y luces de linternas se extendía a lo largo de la montaña. El lobo herido se enfilaba tembloros a través del bosque de abetos en la penumbra, mientras la sangre parduzca iba goteando lentamente de su flanco.
El frío había disminuido. Al Oeste, el cielo aparecía vaporoso y parecía anunciar una nevada.
Al fin, el agotado animal llegó a la cumbre. Estaba sobre una gran extensión nevada, ligeramente inclinada, cerca del Mont Crosin, muy por encima de la aldea de la que había escapado. No tenía hambre, pero sentía un dolor persistente y apagado que le venía de la herida. Un ladrido ronco y enfermizo salía de su hocico colgante; el corazón le palpitaba de un modo pesado y doloroso, y sentía la mano de la muerte oprimiéndole como una carga indeciblemente díficil de soportar. Le atraía un abeto de ancho ramaje, separado de los demás. Allí se sentó y dirigió una mirada turbia a la terrible noche nevada. Pasó media hora. Entonces cayó sobre la nieve una luz de un rojo tenue, suave, extraña. El lobo se incorporó con un gemido y volvió la hermosa cabeza hacia la luz. Era la luna que, gigantesca y roja como la sangre, salía por el Sureste y se alzaba lentamente en el cielo turbio. Hacía muchas semanas que no había sido tan grande y roja. Los ojos del animal agonizante se clavaban tristemente en el opaco disco lunar, y nuevamente un débil aullido resonó con un estertor, sordo y doloroso, en la noche.
Se aproximaron pasos y luces. Campesinos embutidos en gruesos capotes, cazadores y jóvenes con gorros de piel y pesadas polainas, venían pisando la nieve. Sonaron gritos de júbilo. Habían descubierto el lobo moribundo; dispararon contra él dos tiros, que no dieron en el blanco. Luego vieron que se estaba muriendo, y cayeron sobre él con palos y estacas. Pero él ya no sentía nada.
Con los miembros destrozados, lo bajaron arrastrándole hasta St. Immer. Reían, se ufanaban, se prometían unos buenos vasos de aguardiente y café, cantaban, renegaban. Ninguno de ellos veía la belleza del bosque nevado, ni el brillo de las cumbres, ni la luna roja que flotaba sobre el Chasseral y cuya luz tenue se reflejaba en los cañones de sus fusiles, en los cristales de la nieve y en los ojos vidriosos del lobo abatido.
Estrella de mar

Suena la voz de agua de Caetano Veloso
mientras mi cabeza resfriada gira
tras tu estela y pienso en los días extraviados,
en tu cuerpo que consume mi temblor
tras tantos años de calmas y tormentas,
en tu risa tan generosa como estas noches
de amor que me regalas.
Estrella de mar fuiste,
con cinco esquinas aferradas al polvo
del océano. Siglos de mareas
te llevaron a mí,
hasta mí confluyeron tus acuáticos sueños.
Pero tú me elegiste.
Elegiste mirarme desde la profundidad,
buscar en mí la playa de tus días
y quedarte en mi piel
como un rayo de luz,
como un sonido.
Vacío

Mis manos están deshabitadas
vacías
como un inmenso campo calcinado
tras el combate de los cuerpos.
Mis manos tienen el estigma
del cansancio,
del tiempo ya vencido.
Son como un deseo
que roto en la penumbra
cuelga del techo más alto.
Y lo peor es que este vacío mío
no tiene forma precisa,
sólo un olor a flores mordidas,
a huesos golpeados.
(Este poema lo escribí hace muchos años, tal vez en el 82, pero me sigue gustando)
Manual del guerrero de la luz (Paul Coelho)

El guerrero de la luz a veces actúa como el agua, y fluye entre los obstáculos que encuentra.
En ciertos momentos, resistir significa ser destruido; entonces, él se adapta a las circunstancias.
Acepta sin protestar que las piedras del camino tracen su rumbo a través de las montañas.
En esto reside la fuerza del agua; jamás puede ser quebrada por un martillo, ni herida por un cuchillo. La más poderosa espada del mundo es incapaz de dejar una cicatriz sobre su superficie.
El agua de un río se adapta al camino más factible, sin olvidar su objetivo: el mar. Frágil en su nacimiento, lentamente va adquiriendo la fuerza de los otros ríos que encuentra.
Y a partir de un determinado momento, su poder es total.
miércoles, 20 de agosto de 2008
Tragedias
Hoy, prefiero dedicarme a corregir deportes, pasar de puntillas por las fotos, las cifras, las anécdotas, las coincidencias. El destino los reunió en un avión. Para otros será la casualidad, el mal estado de la flota de aviones de una compañía, un fallo humano de primera o última hora... Qué más da. Yo lo siento. Siento ser una expectadora que no alcanza a entender a veces qué dimensión tiene la vida y la muerte. No sé... He perdido a varios seres queridos, pero no me puedo imaginar tanto sufrimiento. No quiero. Descansen en paz.
martes, 19 de agosto de 2008
viernes, 15 de agosto de 2008
Tregua
hasta llegar aquí y esta eterna
incertidumbre de no saber nombrar
lo que en mí tiembla,
de no poder callar
lo que en mí muere.
Llevo toda una vida tango abajo
buscando un pretexto para quedarme
cerca, para conjurar esta maldición
de luna y agua.
Llevo toda una vida
encendiendo y apagando este interruptor
que cambia de rostro y de abrigo
con cada nuevo invierno, intentando descifrar
por qué en ocasiones me duele tanto
el aire que respiro y me pierdo
en un temblor confuso y húmedo
parecido a la muerte.
Y golpea siempre alguna melodía sostenida
con el aliento de un sueño,
alguna sombra antigua
que se proyecta en la noche de mis noches
y me menciona algo inexacto
que tal vez lleve escrito en las líneas
de otras manos,
en la curva de un deseo torpe,
en el latido de este viejo animal
que se mira en el espejo
y no acierta a recordar su nombre.
Todos los nombres.
Mayo gris. Y tú.
Que me imaginas lejos.
Que me imaginas ausente.
Vestida de lunes, de ciudad,
con prisas por depejar
todas las incógnitas,
las llamadas perdidas,
los mensajes urgentes,
las esquinas rotas del adiós.
Pero yo no tengo, hoy por hoy,
rencores que ofrecerle al tiempo,
caricias que robarle al frío,
catástrofes que excusen mi vocación
de llegar siempre tarde y sin aliento
a todas las citas importantes.
Y son verdad esos rumores.
Ya no me muerdo las uñas.
Ya no asesino caderas con mis besos.
Ya no busco el incendio ficticio
de otro cuerpo ajeno para aguarecer
este temblor que me pertenece.
Y no me importa dejar los papales
en blanco, no saber qué escribir
en los renglones de otras vidas,
mantener las distancias
entre mi verdad y las verdades ajenas,
Saber que no he de colmar nunca
los vacíos soberanos de mí misma.
martes, 12 de agosto de 2008
Agosto
Me siento bien.
sábado, 9 de agosto de 2008
Julián Peragón, autor del mencionado artículo, que incluye una entrevista muy interesante con Emoto, agrega que, si es cierto, como parece desprenderse de las investigaciones del japonés, que los cristales de agua se deforman ante cualquier mensaje, voz, sentimiento, música que se transmita en su entorno modificando su misma estructura molecular, realmente nos encontraríamos ante un descubrimiento espectacular, porque, entre otras, nuestro cuerpo tiene más de un 60% de agua en su estructura.
viernes, 8 de agosto de 2008
Cumpleaños
El domingo cumplo 41 años. Yo y mi hermano gemelo, mi latido paralelo.
No me preocupa la edad, me preocupa el tiempo, ese espacio inexacto en el que las cosas se suceden y ya no son mas que su estela. No sé. En realidad, tampoco es que me preocupe ahora mismo demasiado. Me dejo llevar por mis intuiciones, me dejo crecer como un árbol, hacia arriba y hacia abajo, me dejo mecer como un barco a la deriva que en realidad sabe bien cuál es su horizonte... Al sol dejo secar mis ostinaciones. Al sol, como un lagarto encantado.
jueves, 17 de julio de 2008
Alejandra Pizarnik

Alejandra. Siempre Alejandra... precipitada, inhospita, espesa como un bosque de cuento que nunca termina.
Alejandra y el silencio que se dice, que se escucha.
Un día me mire en tu espejo obsesinado de palabras, y niñas, y lilas en la memoria imposible. Un día tu palabra fue aliento deseperado que iluminó mi soledad de siglos hermanada con tus ojos de infancias anteriores capaces de reírse y llorar al mismo tiempo. Te leí entre las líneas de mis manos, extrañamente cómplice tú, tras tu muerte de mi muerte futura.
Alejandra, simpre alejandra, condesa sangrante de la palabra no dicha, de la plabra imposible, de la sed que no se sacia, del hambre que no se colma con nada. Luna cansada de su blanco eternamente condenada a otro color. Alejandra, Alejandra... Tiernamente devastadora tu poesía. Equilibrista con vértigo. Amante, ¨¿donde estas? Yo que soy también silencio, también niña, también herida que calla con ojos de eterna ausente. Alejandra...
martes, 15 de julio de 2008
Carta de ajuste (Inmaculada Mengíbar)
Mujer sin voz
Un libro abierto

Sinfonía
Lo que no soy
viernes, 4 de julio de 2008
Estreno luna

Estreno luna. Esta noche me siento un gato solitario que evita compañía. Sólo quiero mirarla; sentir que estoy cerca de su blanca lucidez. Mis entrañas lloran. No puedo evitar este exilio.
Cuando era pequeña estaba convencida de que la luna me perseguía los pasos. Allí donde fuera estaba ella, y yo mirándola cómplice. Hablando en silencio. Eso me hacía especial.
Las noches de luna llena eran el ritual de buscar lo imposible. Creía en la magia, en las coincidencias, en los encuentros imposibles... Sé que todo lo que viví fue cierto. Eso me hace especial.
Hay muchos seres especiales. He tenido la suerte de encontarme con muchos. Hermosos y casi todos solitarios.
Estreno luna. Tengo miedo como antes a lo que pueda pasar. Es un miedo veterano e ingenuo. "Esperar es estar de paso temblando por un rapto que no llega". No quiero esperar. Tiemblo. Me emociona tu blancura, tu tiempo detenido. Pérsigueme.
martes, 1 de julio de 2008
Lo que soy
Ángel González

Ha sido una noche larga. Una noche a punto de parir su blancura total, rompiendo aguas sobre un cielo oscilante entre el azul y el gris, entre la calma y la tormenta. Ha sido una noche antigua, transitada por viejos fados y recurridas estrategias para irse a dormir y soñar bien, con la inconciencia plena, como deben ser soñados los sueños. Ha sido está una noche de magia repetida, de coincidencias casi imposibles, de efemérides olvidadas que rescato sin pretenderlo.
Navego a través del mar virtual de mi pantalla y llego a Pedro Páramo. Me detengo un rato en la mirada en blanco y negro de Juan Rulfo, tan extraños sus ojos como los cuadros de Frida, que señalan siempre una herida abierta en el mismo paisaje. Y no sé por qué extraño atajo termino en Ángel, tras muchos meses de certidumbre, de saber que su cuerpo ha muerto, depués de haber abierto una y otra vez su palabra sobre palabra y recrear mis instantes en su antología de vida, en esos poemas infinitos completamente suyos que yo también poseo. Entregados a él como una amante. Y escribía Ángel González en su cumpleaños que para vivir un año hay que morir muchas veces mucho... ¡Mover el corazón casi cien veces por minuto!
El 12 de enero este poeta, maestro, aprendiz cierto de la vida -como todos los que morimos una y otra vez mientras latimos- dobló las esquinas difíciles de Las Palabras que tanto amó y se adentró en el callejón de Los Silencios amados. Tranquilamente, disoviéndose en el aire cotidiano. Confuso, como todos nosotros.
Seguramente fuese una noche de luna casi harta, a punto de parir su locura, y el aire oliese a sur, a jazmín en la memoria, a camino despejado de certezas, a tango de despedida que, sin embargo queda temblando en la piel como un cante hondo que llama a su duende esquivo, que llega cuando quiere, cuando ya no se espera. Ese duende lorquiano que también visitaba a Ángel para asustarle lo cotidiano, para saltar sobre las sombras de la costumbre malsana, sobre el reino de la razón que nunca llora.
¡Mover el corazón al día casi cien veces por minuto! Mover el corazón sin miedo a que se rompa. Sin miedo, recuerdo: "La soledad es una farol certeramente apredeado, sobre él me sostengo". La soledad, mil veces maldita. Mil veces maldita y condenada. La soledad y el corazón latiendo casi cien veces por minuto. Todos los días.
lunes, 30 de junio de 2008
El último café
